Cierto youtuber contrarrevolucionario tuvo la afortunada idea de rescatar un video olvidado, de hace más de siete años. Es un testimonio gráfico estremecedor: un hombre y una mujer, de forma solemne, hablan a cámara sobre su caballo, que posa entre ambos sin mucho entusiasmo. «Este es Malangón», dice el hombre, mientras enseña una hoja que supuestamente demuestra que al caballo lo han acusado 12 veces. «Es un miembro más de nuestra organización», afirma, prácticamente bautizando al animal como el primer equino opositor.
Uno se queda entonces esperando que explote la carcajada, que salte algún simpático a decir que todo fue una cámara oculta, que aquello sea una elaborada operación mediática de la contrainteligencia cubana. Pero nada. Todo sigue muy solemne mientras la mujer hace un recuento de las hazañas de Malangón, que ha volcado patrullas y lleva en una pata una cinta que lo identifica como «freedom fighter». ¿En qué pensaban estos curiosos seres humanos cuando grabaron semejante video? ¿Y qué extraña cuenta sacó el youtuber brillante que decidió reflotarlo años después?
Como diría un dramaturgo y guionista, cuyo nombre nadie quiere recordar: «eso es comida para Con filo». Y así fue. El programa no dudó en hacer de Malangón la estrella de la noche y las redes se volvieron un hervidero de memes y comentarios jocosos. Su impacto mediático fue tal que opacó por completo a una riña entre distintas «facciones» contrarrevolucionarias frente a la Embajada de Cuba en Madrid.
La fama de Malangón y la campaña viral que en torno suyo se formó, de manera espontánea, solo pueden compararse con momentos cumbres del ridículo mundo de la oposición en Cuba: el «preso torturado» que daba cabezazos contra una mesa para luego acusar a los guardias, el líder intelectual «desaparecido» que luego apareció por arte de magia en Europa, la «huelguista de hambre» que traficaba aguacates… A galope surrealista, Malangón se hizo foco del choteo criollo, provocando risas en un bando y amargura en el otro.
Pero hay otro efecto derivado del estrellato del «primer caballo contrarrevolucionario», una suerte de paradoja: mientras los detractores de Con filo solían hablar, antes de Malangón, de la necesidad de proyectarse más sobre asuntos nacionales, luego del tsunami de memes pasaron a pedir que se hablara de Ucrania y de Rusia. Los mismos que pedían aterrizar el análisis en Cuba fueron de los más enérgicos en solicitar que se levantara vuelo hacia Kiev, que se dejara atrás al equino opositor.
No es para nada algo sorpresivo: si hay algo que teme cualquier actor político es al ridículo. De casi cualquier cosa se puede volver, casi cualquier error es reversible, pero el ridículo deja una mácula indeleble. Se explica entonces el paradójico efecto Malangón: hablemos de Cuba en tanto hablar de la realidad nacional no afecte a los que abogan por el «cambio de régimen». Así, piden a Con filo que discuta e incluso cuestione los recientes sucesos militares acaecidos en Ucrania, los mismos que antes criticaban que se hablara de Miami o de Madrid.
Mas nada obnubila la presencia de Malangón en el imaginario colectivo, por mucho que haya quien de forma absurda critique la política exterior de Lenin o los fascistas ucranianos pidan en vano asistencia a sus padrinos, los mayores responsables de todo este problema. Si rusos y ucranianos quieren salir en televisión, que se busquen una buena mascota. Esa es la clave del éxito según la contrarrevolución cubana.