Con sobrados argumentos se ha defendido y explicado el alcance del concepto responsabilidad parental que sostiene la presencia, conducción, apoyo y seguimiento de los padres a todos los procesos esenciales de la vida de sus hijos.
Veintiún incisos en el proyecto del nuevo Código de las Familias lo referencian, desde la representación legal hasta la garantía de un clima familiar libre de cualquier manifestación de violencia.
Necesario y adaptado a la actualidad me parece el inciso d), que, de manera oportuna, suma a la comunicación como herramienta para el pleno desarrollo del niño, «la que se produce a través de medios tecnológicos».
Pero no todo queda ahí. En la Sección Segunda del propio capítulo se amplía este aspecto, con artículos referidos al derecho de niñas y niños a un entorno digital libre de violencia, y al uso equilibrado y responsable de esos entornos.
Esto tiene dos lecturas esenciales. Primero, que por el protagonismo global de las nuevas tecnologías, no pueden desligarse del proceso de crecimiento, desarrollo y formación integral de nuestras niñas y niños; segundo, que no puede lograrse ese objetivo sin la supervisión objetiva y consciente de los adultos.
No basta con proveerles a los hijos los medios que los acercan al entramado de internet y a sus infinitas posibilidades, sino conocer, a fondo, cuáles son los caminos que siguen, las tendencias que manifiestan o sus preferencias, cuando se sumergen en ese océano sin fondo.
Este no es un tema nuevo, en absoluto. Sin embargo, el hecho de que aparezca recogido en el proyecto de una norma tan importante, le da también carácter legal, porque, con toda sinceridad, hay muchas familias en la Cuba de hoy que no tienen ni la más mínima idea de por dónde andan los más jóvenes de casa en materia de redes sociales, sitios más visitados o juegos online.
Los largos meses de aislamiento convirtieron a teléfonos, tabletas y computadoras en «aliados» de los padres para el entretenimiento de sus hijos. Cada vez son más los niños y niñas que ya tienen perfiles en redes sociales. Pero lo que vemos en la mayoría de esos casos es la reproducción de patrones presentes en los perfiles de sus padres o de los adultos más cercanos a ellos, o la imitación de sus ídolos musicales, animados…
Querer parecerse a mamá, a papá o a este o aquel famoso es, hasta cierto punto, normal, porque son esos sus principales ejemplos, pero que nadie lo olvide, son niños. Ese es el motivo por el que la preocupación aflora cuando vemos a las niñas en poses seductoras, con labios rojos simulando un beso, como suelen ser ciertos selfies femeninos; o a nuestros niños en poses de «chico malo» o con ciertas actitudes que rozan lo vulgar.
No olvidemos tampoco que las redes sociales son lo más parecido a una jungla y, por lo tanto, miles de especímenes la habitan. ¿Qué impide, si no es el control adulto, que los infantes mantengan un intercambio nocivo con todo tipo de personas? No siempre las niñas y los niños tienen la madurez necesaria para comprender lo que puede ser o no perjudicial para ellos (de ahí otro concepto vital, autonomía progresiva), pero para eso estamos los padres.
Claro, no siempre son aquellos los que se equivocan. A veces, sin mala intención, los padres exponen a sus hijos. El orgullo de tenerlos hace que llenemos nuestros perfiles con sus fotos, con videos de sus travesuras, con esta o aquella anécdota graciosa, y eso no está mal. El problema es que se pierda la medida y los pongamos en una situación de la que nos corresponde protegerlos. También a nosotros, en este sentido, nos falta cuidado y madurez.
Celebro entonces que se añada a las responsabilidades parentales. El uso de las nuevas tecnologías y su presencia en la cotidianidad va en aumento y, claro está, nuestros hijos son nativos digitales, por lo que no podemos ni debemos alejarlos de esas herramientas.
Lo que urge es superarnos, aprender nosotros, para poder guiarlos a ellos, siempre bajo el precepto de que la solución, salvo que sea imprescindible, no radica en prohibir, sino en controlar y enseñar a discernir para que puedan sacarles el mayor provecho.