«Aquella crisis los desesperó; en el fondo, les preocupaban poco los dolores de la paralítica, pero se lamentaban por sí mismos, que vivirían en lo sucesivo en un eterno estar a solas.
«A partir de aquel día, la vida de los esposos se hizo intolerable. Pasaron veladas crueles, enfrente de la vieja imposibilitada que ya no adormecía su terror con cariñosas chocheces. (…) Aquel cadáver ya no los separaba; a veces se olvidaban de él, lo confundían con los muebles. Entonces se apoderaban de ellos sus espantos nocturnos, y el comedor se convertía, como el dormitorio, en un lugar terrible en el que se alzaba el espectro de Camille. Sufrieron así cuatro o cinco horas más cada día. Desde el crepúsculo, comenzaban a temblar, bajando la pantalla de la lámpara para no verse, intentando creer que madame Raquin iba a hablar y recordarles su presencia».
Dice el dicho que quien se pica, ajos come. Y cierto es. Un ruido que espolea impide el sueño y no es posible llevarlo sobre los hombros, menos aún en la conciencia, y se llama culpa. Algo así experimentan los protagonistas de la novela Thérèse Raquin, una de las más importantes obras del escritor francés Émile Zola, quien aseguró que se propuso estudiar temperamentos y no caracteres.
¿De qué esposos se habla en el fragmento citado? Son Therese y Laurent, que han conseguido matrimoniarse después de haber planeado y llevado a cabo el asesinato de Camille –casado antes con ella–, un joven «enclenque», «tembloroso» y raquítico «a quien la enfermedad le había empobrecido la sangre». La anciana paralítica es la madre de Camille, protectora de Thérèse desde que contaba dos años, la cual «le inspiraba una confianza ilimitada».
Una espesa quietud en todos los sentidos resumía la existencia de Thérèse al lado de Camille hasta que llega Laurent, hombre al parecer comedido y seductor –contraparte de Camille– cuyo verdadero rostro advertirá después el lector, impactado ante la precisión de las descripciones físicas y síquicas que hará espantarse hasta al más ecuánime.
Asesinado Camille, habrá que esperar la aprobación de la sufrida señora para que los amantes finalmente unan sus vidas. La manipulación y la fría falacia harán lo suyo, y madame Raquin terminará aceptando que su sobrina vuelva a casarse y recibirá en su propia casa a Laurent, ajena a lo que en verdad ha sucedido.
Mucho y en absoluto confortable pasará en la siquis de Thérèse y Laurent desde que, podría parecerles, al fin les sonríe el destino. ¿Conseguirán el alcohol y las tantas estratagemas creadas espantar del pensamiento la atrocidad cometida? Habrá que ver.
Pronto hará 120 años de que falleciera el padre del naturalismo, autor de una novelística en la que se aprecia, además, un somero estudio de la realidad social francesa de la segunda mitad del siglo xix. Zola es mucho más que un narrador empeñado en aplicar el rigor científico a los sucesos sociales y humanos. Para los que llegan a él por primera vez, será un grato descubrimiento; para los que ya han desandado esta prosa, un regreso, siempre disfrutable que propicia una vez más la editorial Arte y Literatura, sello por el que han visto la luz en Cuba también otras obras de este letrado universal.