De seguro hoy Camilo hubiese formado “lo suyo” junto a la familia, amigos y compañeros más allegados. El cakeicito, la comidita mejorada, la musiquita alegre de fondo y el traguito de ron, no hubiesen faltado, porque cubanísimo como era, no dejaría que sus noventa “pasaran por debajo de la mesa”; habría que hacer un “motivito”.
El Camilo que evocan quienes lo conocieron personalmente y que muestran las fotografías suyas de la época, reiría a carcajadas después del chiste de alguno de los invitados, elogiaría la belleza femenina, daría de comer al deambulante de la esquina, pasaría su mano por la cabeza de algún pequeño, imitaría al humorista del momento, atendería a quien sin saber que era día de fiesta llegó para que él le ayudara a resolver un problema…
Lo imagino rodeado de hijos, nietos, amigos y gente buena a su alrededor, unos en asientos y otros en el piso, escuchando “lelitos” algunas de las miles de anécdotas de aquel hombre fascinante. Sus historias de niño travieso, joven simpático y guerrillero austero. Allí pasarían las horas divirtiéndose porque si algo era seguro donde estuviese el del sombrero alón, era el chiste, “el bonche”, esa alegría cubanísima.
En los cumpleaños de los hijos, no sé por qué, casi siempre en algún momento mamá y papá en un “arranque” de orgullo paternal hablan del cumpleañero, de cómo era de niño, de sus travesuras y ocurrencias. Entonces en este, doña Emilia Gorriarán y Ramón Cienfuegos rememorarían las cosas de su Camilo: cuando el ciclón del 44, el perro que nombró Fulgencio, el día que recibió un castigo no merecido.
Prometió no alegrarse más
“Cuando el ciclón del 44 era muy niño y nunca había visto un ciclón. Estaba loco por saciar su curiosidad. Yo le decía: ‘Niño, los ciclones son peligrosos, les tumban las casas a las personas y causan mucho daño’. Ni quien lo convenciera. Vino el ciclón y pasamos todo el tiempo con la puerta semiabierta. Cuando todo terminó y salimos a la calle, lo primero que vio fue la casa de un compañerito a quien quería mucho, o mejor dicho, lo que quedaba de la casa, que se había caído. A la familia no le pasó nada, pero Camilo se entristeció y prometió no volverse a alegrar por la llegada de un ciclón”. (Narrado por Ramón Cienfuegos, padre de Camilo)
Quedó muy bien Fulgencio
“Otra de sus cosas era con los perros, con los animales en general. Recuerdo ahora que, al poco tiempo del 10 de marzo de 1952, del golpe de Estado que diera el dictador Fulgencio Batista, se apareció en casa un perrito. Llegó por la madrugada, de eso estoy seguro, porque Camilo, asociando la llegada del animalito con la entrada de Batista por la posta 6 en una madrugada, le puso Fulgencio. Cuando se fue quisimos disimular y le decíamos Negrito. Una vez le escribimos mandándole una foto y él contestó: ‘Quedó muy bien Fulgencio’. Cuando nos hacen un registro, ven la carta y me preguntan por Fulgencio y cuando le digo que Fulgencio es el perro, ¡cómo se puso el guardia!”. (Narrado por Ramón Cienfuegos, padre de Camilo)
Castigo merecido
“Reconozco que alguna vez fui injusto. Por ejemplo, el día que me comunicaron que Camilo había mordido a una conserje de kindergarten. Lo llamé, Le expliqué lo que pasaba. Él no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de penitencia. Después supe accidentalmente, que no había sido él sino un compañero al que quería mucho. Pero aguantó el castigo: yo, que sentía lástima cuando hizo dos o tres trastadas, le decía: ‘Te las perdono, a cuenta del castigo que cumpliste sin haberlo merecido’”. (Narrado por Ramón Cienfuegos, padre de Camilo)
A las anécdotas de su padres, en la celebración del onomástico se sumarían los cuentos de los amigos y compañeros acerca de las “cosas” de Camilo, quienes mucho podrían contar del Héroe de Yaguajay, que así de valiente y austero en el combate, así de revolucionario, bonachón y chistoso.
Realmente infantiles
“Camilo acostumbraba a hacerle bromas a todo el mundo, así que todos estábamos siempre un poco en guardia con él… eran bromas realmente infantiles, que hacían reír. En los primeros tiempos, en el año 1959, cuando vivíamos en Ciudad Libertad, se celebraban en la habitación de Raúl y mía muchas reuniones. Cuando Camilo salía, y como ya lo conocíamos, teníamos que registrarlo porque acostumbraba a llevarse, por broma, un montón de cosas en los bolsillos, y me dejaba las almohadas pintadas de corazones y con letreritos de las cosas que se habían estado conversando”. (Narrado por Vilma Espín)
Su sombrero
“Un día llegué yo a caballo a donde ellos estaban: era el día que llevaba en animal para ensillárselo a Camilo, para que se trasladara de un lado a otro, y él coge y se pone mi sombrero y me dice que a mí no me lucía ese sombrero, que le lucía, por ejemplo, al capitán Camilo, y se lo pone, se miró en un espejito y me dice: ‐ ¿Qué chico? Ponte la gorra esta. Le digo: ‐ Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que este que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.
Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía y él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero y él se reía y guiñaba un ojo y les hacía señas a los otros compañeros. Y él luego les hacía señas a ellos que yo estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía bien.
Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía. Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él. (Narrado por Rafael Verdecía Lien, campesino de Sierra Maestra, colaborador del Ejército Rebelde)
Ese “matasanos”
“La primera vez que William Gálvez vio a Camilo fue en el Hombrito. El guerrillero ya legendario venía a la ‘consulta’ de Ernesto. Fue también la primera jarana que le escuchara. Estaba risueño y comentó su preocupación de extraerse una muela con el Che. ‐ ¿Cómo es posible, ‐comentó William‐, si el Che es médico y seguro no te va a doler? ‐ No, no es porque me duela, sino porque ese ‘matasanos’ de seguro me saca una buena y no la mala“. (Narrado por William Gálvez, guerrillero invasor, autor de varios libros sobre la vida de Camilo)
Él se molestó
“Siendo él Capitán nos fuimos a atacar Pino del Agua, con unos cuarenta y tantos hombres. Llegamos a eso de las cuatro y media o cinco de la mañana. Las postas estaban con ametralladoras treinta. Nos acercamos como a unos diez metros.
Camilo abrió fuego y tomamos las dos postas de delante. Nos hirieron al último hombre, familia de Delfín Moreno. A Camilo lo hirieron y le tumbaron la gorra que llevaba como sí fuera de la legión extranjera. Nos ordenó que nos retirásemos y cargásemos un herido que estaba cerca. Nadie quería irse dejándolo allí.Él se molestó y salió caminando hacia nosotros con sus tiros en el cuerpo, exigiendo el cumplimiento de la orden o si no la cumpliría él mismo. El herido que le preocupaba se murió más tarde.
Camilo dirigió la retirada de su propia gente cuando íbamos lejos fue que logramos encamillarlo”. (Narrado por Alejandro Oñate Cañete, guerrillero, invasor de la Columna de Camilo)
Cuando habla Fidel
“Camilo y un grupo de compañero nos trasladamos a mi casa, que era la de mis padres. Muy próximo a comenzar Fidel su comparecencia por televisión, mi madre nos preparó comida a todos, y siguiendo la costumbre invitó a pasar al comedor. Camilo, muy cortésmente le dijo: ‐ ¿Usted no se pone brava, mi vieja, si nos llevamos los platos para la sala para poder escuchar a Fidel? Mi madre respondió con una sonrisa, -ella tampoco quería dejar de oírlo‐, y todos nos llevamos los platos para la sala y nos pusimos a oír a Fidel, que estaba a punto de comenzar.
En medio de la intervención del Comandante en Jefe sonó el timbre del teléfono: era una llamada local de un compañero que quería hablar con Camilo. Camilo se puso de pie, con rostro serio, y después de escuchar brevemente preguntó qué estaba haciendo. No sé lo que le contestaron, pero jamás podré olvidar la respuesta de Camilo: ‐ Cuando Fidel está hablando lo único que debe hacer un revolucionario es oírlo. (Narrado por Jorge Enrique Mendoza, guerrillero, fundador de Radio Rebelde)
Los que lo hayan conocido personalmente o quienes como yo hayan leído estas y otras anécdotas, probablemente también piensen que si Camilo estuviese físicamente presente, de seguro hoy él formaba “lo suyo”, “el motivito” a lo cubano, esa “compartidera” feliz entre familiares y amigos, esa cosa linda que se suscitaba en el lugar donde estuviese el de la gran sonrisa y el sombrero alón.
- Las anécdotas aquí presentes fueron tomadas de El hombre de las mil anécdotas, de Guillermo Cabrera Álvarez. Descargue el libro aquí.
En video, Camilo Cienfuegos: La imagen del pueblo