Joe Biden, quien fuera el vicepresidente en el gobierno de Barack Obama, parece creer que la historia de los hechos debe olvidarse y seguir adelante como si nada, tal cual afirmaba su antecesor en el poder.
El actual ocupante del despacho oval quiere dar un paso más largo que el de aquel mandatario premiado con el disparate. En 2014, Obama no asistió a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, en Sochi, Rusia, en rechazo a la decisión del país euroasiático de concederle asilo político a Edward Snowden, quien filtró documentos clasificados sobre el espionaje estadounidense.
Solo les siguieron Francia y Alemania en no enviar a la ceremonia a funcionarios de alto rango, lo que no fue óbice para que animaran el evento 2 781 deportistas (1 660 hombres y 1 121 mujeres). Biden, en su peor momento, cuando solo el 28 % de los estadounidenses quieren su reelección, se enfila a imitar el otrora fallido boicot diplomático, aplicándoselo a los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, para el que solo ha captado a Canadá, Australia y el Reino Unido.
Funcionarios suyos han confesado que llevan semanas tratando de convencer a sus aliados para que hagan lo mismo, pero una asesora del Presidente afirmó que cada país tomará sus decisiones, para evadir responsabilidades, después de encender la candelita. El propio New York Times publicó que ningún atleta destacado ha rechazado la invitación a participar, y son más de 3 000 los inscriptos de 86 países, en un mundo que se debate con la pandemia, controlada por China por medio de un estricto protocolo sanitario más fuerte que el de Tokio-2020.
Los atletas estadounidenses, en declaración de su Comité Olímpico desde que se mencionó el bloqueo diplomático, tomaron distancia del tema, porque ellos sí quieren asistir a la fiesta.