Priorizar los problemas y la población en medio de las crisis resulta una tarea titánica, teniendo en cuenta que las necesidades y el sufrimiento son innumerables. No hablamos solo de crisis sostenidas en el tiempo, como las que se producen en contextos con economías deprimidas, como el mal llamado “Período especial en tiempos de paz” de Cuba en los noventa, sino también de crisis sanitarias con impactos económicos y sociales como la COVID-19 desde el año 2020 en casi todos los países del mundo.
Pero las crisis no se viven igual en todos los países, y más aún si se tiene en cuenta que la pandemia llegó en contextos en los que ya había dificultades estructurales, de tal manera que se vivió una “crisis dentro de la crisis”, un escenario que llevó a situaciones verdaderamente dramáticas a la población de países como Cuba que, forzados por las circunstancias, debían racionar los alimentos aún más de lo que ya se venían racionando desde años atrás. ¿Qué pasa con otras especies, sobre todo en un contexto de aislamiento en el que se convierten en soporte emocional y principal compañía?
Y es que en circunstancias donde la escasez de productos es lo común, los humanos no son los únicos que sufren los embates de la falta de alimentos y medicamentos, sino que otros seres sintientes también viven –y de manera realmente dramática– esta situación.
Si, en medio de las crisis, los animales comían las sobras de la casa, qué van a comer cuando ya no hay sobras y el alimento es limitado hasta para los mismos humanos. Ciertamente, su lugar pasa a un segundo plano, por lo que su situación alimentaria y de salud es aún más crítica.
En medio de las dificultades con las que se vive en Cuba, son muchos los que asumen como miembros de la familia a esas otras especies y buscan alimentarlos incluso a costa de su propio bienestar. No obstante, cuando la situación llega a extremos, algunos se ven en la necesidad de dejarles salir de casa para que busquen su alimento o de abandonarles para reducir las bocas de la familia, lo cual les expone a ser recogidos por el Estado y que, de acuerdo con lo dispuesto para “el control de poblaciones callejeras”, sean sacrificados.