“Yo me llamo Malú desde que tenía 16 años. Es una historia alegre y triste; no tan triste, pero promueve a uno. Me empecé a llamar con ese nombre porque cuando estuve presa, por andar vestida así, había una novela de Malú y entonces otro muchacho, igual que yo, me dijo: ‘Vamos a ponerte Malú, que es la ideal para ti’ y se quedó Malú, Malú, Malú y todo el mundo me dice así. Hoy por hoy me llamo Malú”.
Y abanica fuerte como si pretendiese aventar también los tantísimos prejuicios que le han hecho ponerse la coraza que dice tener, aunque por fuera solo luzca ahora un vestido negro apretadísimo por encima de las rodillas con un descosido discreto en el hombro que no ha intentado zurcir como tampoco lo ha hecho con las puntadas sueltas de su vida; unas pantis que no cubren los vellos ya encanecidos de las piernas y unos zapatos de tacón donde sobran las lentejuelas. Es lo único que brilla o, por lo menos, lo que se ve.
En las penumbras han quedado, en cambio, los estigmas, las vejaciones, las heridas a causa de la homofobia en otros tiempos y hasta el Ricardo Antonio Moreira Andino, como se nombra en su carné de identidad.
“Ese nunca existió. Sé que me llamo así, pero la que existe es la de hoy, la que siempre fue. La que se pensó que nunca jamás iba a ser, pero fue. Porque desde que empecé a surgir así yo misma me acepté tal y como soy. Y he sido dichosa por todo, pero por la familia siempre he estado fatal.
“Yo estoy rodando desde los 16 años. Mi mamá se murió de un derrame cerebral cuando yo tenía tres años, me quedé con mi papá y después mi papá me regaló a una hermana de mi mamá. Estuve hasta los 16 años con esa familia, después mi tía se murió y empecé a vivir con todo el mundo aquí en Sancti Spíritus…, hasta debajo de una escalera de un edificio, eso se dice y no se cree, pero estuve allí un año y tres meses, hasta que volví para la casa que fue de mi papá.
“Pero de mis hermanos, que son siete y todos por parte de padre, solo una se lleva conmigo, eso es fuerte. A mí lo que me tocó fue la gente de la calle, en la calle todo el mundo ha sido familia mía”.
Traga y calla, como si fuese más fácil deglutir las palabras. Como si se pudiesen masticar tantos quebrantos causados por querer ser lo que solo por el sexo biológico no era. Entonces suspira y mientras cruza la pierna desnuda a la Malú que verdaderamente ha sido y es.
FRENTE AL ESPEJO
“Me puse un espejo, me maquillé de show, me puse la peluca —la primera que me puse fue una rubia— y dije: ‘Hoy soy yo’. Desde ese entonces me puse zapato alto y vestido largo, salí para la calle y seguí vistiéndome y vistiéndome.
“Yo nunca salí del closet, siempre surgí así, como cuando sale la mariposa del capullo, que solo coge un poquito de sol y vuela, así mismo. Siempre he sido como una flor autóctona; nunca me cohibí de nada ni le tuve miedo a nada, por eso tú me ves así que parece que nací ayer.
“Y en los trabajos me vestía de mujer y he trabajado en todo —y lo acentúa como para reforzar otras diversidades—. Empecé en una vaquería en ordeño, después en una ternería de recría cuidando a los terneros, luego estuve en recría de pollos, en campos guataqueando, sembrando y, ya hoy por hoy, barriendo calles como jefa de una brigada de Comunales y de aficionada en la Casa de Cultura.
“Me impuse a todo y todo se me dio. Rompí todas las barreras y había homofobia y transfobia; muchacha, si te decían de todo, lo peor. Ya no, todo el mundo se adaptó y se llevan bien con una.
“Pero nunca tuve nada escondido, siempre me exhibí de mano con las parejas, incluso, en aquella época que era fuerte. A mí nunca me importó nada, si la policía me multaba me daba igual, pa’lante. Yo era como un buldócer con la cosa esa pa’lante, imponiéndome a todo el mundo, y lo aguanté todo y mírame aquí.
“Estuve presa dos veces por andar así, por escándalo público, porque cuando aquello era alteración del orden. En 1980 estuve seis meses en Nieves Morejón —hoy Centro Penitenciario Provincial—, que no era como ahora que te dicen carne fresca y todo eso, yo caí como anillo al dedo porque todo el mundo me ayudó; después salí y en el 2003 volví a caer en Panini cuatro meses. La prisión es fuerte y dura, pero yo toda esa fortaleza la eliminé, ahí la fuerte y la dura era yo.
“Quizás he sido demasiado valiente, demasiado, y me ha costado golpes, trastazos, maltratos… de todo. Lo que nunca me han dado un piñazo, pero de palabra afecta más que si te dan un piñazo. Con una palabra mal dicha ya yo tengo para todo el día, eso es lo único que me deprime a mí, que me digan algo, que me estropeen, ¡qué daño me hace eso! No me han hecho heridas profundas, pero sí me han mortificado.
“Y, sin embargo, aquí estoy, firme con la corona. Yo creo que me he ganado la corona. He tenido que estar con mi corona puesta todo el tiempo; la reina de todas las de aquí de la ciudad soy yo”.
LA DIVA DEL PUEBLO
Hoy quiero confesar que estoy algo cansada / De llevar esta estrella que pesa tanto / Que perdí en el camino tantas cosas / Que me hicieron a veces tanto daño, tanto daño / Hoy quiero confesar… Por lo bajo el background de Isabel Pantoja; encima del escenario, otra mujer con una tesitura de voz particularísima rasga la noche. Y todo brilla: el vestido hasta el piso, los aretes, la sombra blanquísima sobre los ojos, el sentimiento que transpira en cada nota.
“Toda una vida he sabido cantar igual que bailar, eso me mantiene motivada, viva. Antes bailaba en Los Laureles, ahora canto en la Casa de Cultura, tengo un espacio fijo los cuartos sábados de cada mes que se llama En concierto. En todos los lugares tiene que haber una haciendo show. Ahora estoy cantando a la Pantoja y vamos a dar un concierto online por el día de la lucha contra la homofobia.
“Me siento feliz con el público alante, que me aplaudan y suban allá arriba. Nunca he tenido pena, porque la gente que tiene pena no llega a ningún lado y mira hasta dónde he llegado yo. Algunos hoy se me acercan y me dicen: ‘Cuando sea grande quiero ser como tú’, y eso me estimula como si tuviera un público alante aplaudiéndome.
“Porque ahora todos vienen a pedirme consejo de qué tengo que hacer y cómo tengo que salir y les digo: ‘Sal con zapato alto, con tu saya o tu vestido, a ninguna que yo vea que sea gay quiero verla con pantalones al lado mío. La maestra de ustedes soy yo, para eso me jodí muchísimo y batallé para que todas y todos estuvieran como tú me ves’. Y ellas me dicen que soy la comadre de todas, como las avispas, que si no se va la avispa grande las otras se quedan ahí.
“Vestirse es ley y lo digo en eventos, talleres, conferencias de la comunidad LGBTIQ, porque como soy la primera transgénero que surgió en Sancti Spíritus voy a todos lados. Fíjate, que la casa mía me la van a dar por el CENESEX. Aún queda mucha gente homofóbica, pero a mí no me interesa, la comunidad gay es la que no puede ser homofóbica. Aunque hoy por hoy no me dejo batuquear por nadie”.
POR DENTRO Y POR FUERA, MALÚ
Y no importan las libras de menos ni las esponjas que debajo del vestido abultan las caderas, simulan nalgas o rellenan el sostén donde debieron estar los senos. Tal vez luzca impostado; mas, incluso sin aquellos atuendos, Malú sigue siendo y sintiendo lo que parece.
“Dicen: un cuerpo de hombre atrapado en un cuerpo de mujer, pero yo no lo creo así, porque como yo lo he sabido realizar bien no pienso que tenga mi cuerpo atrapado en nada. Yo me siento mujer. Siempre he sido libre, lo que hice antes y hoy por hoy es por estar así.
“La vida me ha hecho ser más fuerte de lo que soy. A Malú la han querido destruir, pero nunca han podido ni podrán. Quizás porque soy como una mata de ceiba, que tiene la raíz bien grande y un tronco que lo aguanta todo.
“Jamás he llorado por nada ni me he arrepentido ni me ha pesado nada de lo que he hecho. He luchado por lo que he querido siempre y yo misma me doy vida, nunca me he sentido arrinconada ni me he desplomado con todos los trabajos que he pasado.
“No tengo lacito rojo ni nada; nací con mi estrella de estar así e hice lo que quería y estoy como estoy porque me lo gané y así estaré hasta que Dios quiera. Y si volviera a nacer iría a la misma guerra, que es una guerra fuerte la que yo he tenido y aquí estoy.
“Pero Malú es bastante fuerte, hiperactiva, con potencia y con una autoestima altísima que no la puede detener nadie. Desde que nací hice un compromiso conmigo: no me puedo caer hasta que aquel —y con la uña acrílica apunta al cielo— no quiera y, mira, tengo 57 años y no me duele nada.
“Logré lo que quería. A mí todo el mundo me conoce por Malú y mejor es así, si de todos modos es como se ve: mujer. Todavía me quedan muchas portadas y mucho moño y tacón que me falta por dar”.
Y entonces sonríe por primera vez. Se le nota pese al nasobuco, se le ve en los ojos que pronuncian unos surcos que tatúan más dolores que la tinta grisácea que de modo permanente se ha pintado como cejas. Malú se levanta, como siempre lo ha hecho hasta sobre los prejuicios. De un golpe cierra el abanico, se estira sutilmente el vestido y, luego, solo queda el taconeo de unas puyas que se alejan.