MIAMI, Estados Unidos.- Anoche me acordé del ya distante año 1990, cuando fui parte del jurado de la Muestra de Jóvenes Realizadores que premió el cortometraje Oscuros rinocerontes enjaulados, muy a la moda, de Juan Carlos Cremata.
Por entonces, el poderoso ideólogo del partido comunista Carlos Aldana no estuvo de acuerdo con la decisión y nos hizo llegar recados inquietantes, que no tuvieron mayores consecuencias, afortunadamente, tal vez porque el cineasta Fernando Pérez era parte del jurado y merecía algún respeto.
Después de mi exilio en 1992 la revista Newsweek estaba escribiendo un reportaje sobre el nuevo cine cubano y les recomendé a Juan Carlos Cremata, a quien luego conocí en Miami procedente de Buenos Aires, donde residía por entonces.
En el año 2010 estuve entre las personas que hicieron posible el estreno exitoso en nuestra comunidad de su largometraje Chamaco, durante el Festival de Cine de Miami, del Miami Dade College.
Juan Carlos Cremata seguía siendo el mismo artista inquieto e irreverente de aquel primer cortometraje, donde se ponían en solfa las ridiculeces del castrismo con agresivo sentido del humor.
Anoche durante su regreso al teatro con la obra SOS Cuba, que escribió y dirigió, supe por qué había sufrido la feroz censura que lo llevó al exilio en el 2016, luego de que lo cancelaran como artista en La Habana un año antes por su versión teatral de El rey se muere, obra de Eugène lonesco sobre un dictador que dura 200 años; el régimen pensó que hacía alusión a Fidel Castro.
SOS Cuba es una suerte de desagravio acumulado durante sus últimos seis años de exilio.
Otra vez innovador y desafiante le entregó la responsabilidad de su texto, que dura alrededor de hora y media, a una actriz y humorista cubana sin experiencia protagónica en las lides mayores del teatro: Cuqui La Mora.
El resultado es pura catarsis, tanto para Aleanys de la Cortera Jáuregui, que es el nombre de la intérprete, como para el público que colmó el Teatro Artime, de Miami.
Sola sobre el escenario, como una paciente reclusa que espera la llegada del enfermero represor, interpretado por el propio Cremata, quien pretende inyectarla como para anularla, el personaje llamado Cuba asume el compromiso de interpretar a la isla homónima y hace un repaso revisionista de capítulos emblemáticos de su historia, que cifran las iniquidades sufridas, desde los tiempos remotos de sus pobladores originales a nuestros días.
Este trayecto pudiera haber tomado una versión sufrida, devastadora, pero Cremata, profundo conocedor de la cultura popular cubana y su eficacia comunicacional, nos descoloca sobre el proscenio de un teatro Alhambra 2.0 en esteroides, y se hace dueño absoluto del público que reflexiona, sonríe o ríe a carcajadas sobre tan incandescente especulación de lo que fue, es y pudiera ser el cubano en su caprichosa idiosincrasia.
Cuqui La Mora descifra al exigente taumaturgo al pie de la letra. Encandila y refleja las numerosas “Cubas” posibles con la intensidad requerida por un espectáculo unipersonal, que Cremata prefiere llamar “descarga”, donde cada milímetro de la gestualidad y entrega de la actriz trata de complacer y convencer a la imaginación del público, ante muchos de sus propios fantasmas.
La exhaustiva actuación de La Mora solo era interrumpida por espontáneos aplausos que los espectadores no podían guardar para el final. De tal modo se apresuraban a reverenciar esta suerte de espejo que Cremata nos había colocado ante nuestras entendederas.
El provocador artista no tiene piedad ni con dictadores ni con patriotas porque, de algún modo, no pocos han contribuido con una saga tan pretenciosa como la cubana, exuberante en símbolos y pesadillas, deliberadamente manipuladas por la inescrupulosa política, que suele estar distante de las emergencias populares.
No hay sutilezas ni metáforas rebuscadas en SOS Cuba. Los dramaturgos del futuro podrán discurrir filosóficamente sobre el desmantelamiento de la nacionalidad, en aras de un proyecto aberrado y sus antecedentes históricos.
La propuesta teatral de Cremata, sin embargo, es locuaz, desenfrenada, a empellones solidarios, para una circunstancia histórica específica, urgida de cambio, de libertad. Es una manera de afrontar el berenjenal donde nos hemos hundido.
Cuando la obra concluye y regresamos a la realidad cotidiana de esta Miami cubana, que no se desprende de sus orígenes, seguimos escuchando a Cuqui La Mora como una médium de las dolencias e inquietudes espirituales de Cremata, quien ha sufrido en carne propia la desesperanza, pero se resiste a la derrota con otra trompada de su arte retador.
“La isla está en llamas, en candela, se quema”, ha escrito el artista. “Nadie puede callarlo, e ignorarlo es complicidad. ¡Hágase la luz con nuestro grito! Venga a nos la tan añorada libertad que tanto merecemos. Vayamos a su encuentro. ¡Vivamos!
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