Primer acto
Un grupo de cubanos decidió viajar a Roma, en específico a la Santa Sede del Vaticano, para manifestarse en la antológica Plaza de San Pedro contra la “dictadura cubana”. Desde antes de que se montaran en el avión, se les había advertido que aquello era una conducta antijurídica, que no podían llegar de turistas a Europa y empezar a armar su show. Pero viajaron y allá fueron. Sin embargo, las autoridades le negaron a la mayoría la entrada a la Plaza. Los que sí pudieron acceder e insistieron con sus propósitos políticos de protesta, fueron detenidos por agentes del orden.
Allá, en su ventana, el Papa continuó leyendo su sermón; los feligreses rezaban y todo parecía igual que cualquier domingo en el Vaticano. Sin embargo, los furibundos anticomunistas empezaron a hacer directas, con mucha ira e infinitas ofensas, porque se les había impedido ejercer su “derecho”: el Papa Francisco era un compinche más de la dictadura y ellos estaban siendo reprimidos. La Seguridad cubana, siempre tan eficiente, había reclutado al emisario de Dios… ¡pobres freedom fighters!
Los “protestantes” (y no en el sentido religioso del término) tuvieron que regresar, y alguno que otro fue declarado persona non grata: habían tratado de ejercer un “derecho de manifestación” contra el orden y la ley de aquel lugar.
Segundo acto
Otro grupo de cubanos, residentes en la Isla, presenta una solicitud a las autoridades para manifestarse “lícita y pacíficamente”. Los intendentes de cada municipio donde fue presentada la solicitud dan la misma respuesta, probablemente colegiada antes: la marcha es ilícita y no hay autorización. Paradoja: el grupo de “futuros marchistas” declara que aun así van a marchar e insiste en que sus intenciones son lícitas, pero desconoce la ley y a sus autoridades.
Para colmo, los organizadores de la protesta tienen vínculos con organizaciones extranjeras, terroristas y contrarrevolucionarios asalariados. Uno de sus líderes lo niega: ellos reciben consejo de cualquiera. Hasta el mismísimo líder Kim Jong-Il, que lleva diez años muerto, podía darles un norte. Pero cuando pasa a describir las acciones para el día de la supuesta manifestación, coinciden estas acciones de manera casi idéntica con los consejos de la Fundación Nacional Cubanoamericana.
Sin dar su brazo a torcer, sus partidarios lo defienden: ¿lo apoyan en el extranjero y qué? No por eso es un entreguista. Hasta un audio se filtra de una conversación entre el líder de los marchistas y un connotado terrorista de Miami, pero aun así hay gente que no cree, que no quiere creer. Es una edición trucada, una manipulación, una carta más de la Seguridad cubana, que todo lo puede…
Y quizá sea así, puede que todo sea una “estafa de los esbirros de la dictadura”. Pero no deja de ser curioso que una persona niegue tener contacto estrecho con alguien mientras calla, no denuncia ni critica siquiera, su pasado terrorista. ¿Cuáles son sus intereses?
Tercer acto
¿Qué sucedió con el Papa y el Vaticano? Nada. Las autoridades ejercieron de forma legítima sus prerrogativas para preservar el orden público. Más allá de la histeria de los que fueron “excluidos” de la misa dominical, que acusaron al Papa Francisco hasta de ¡comunista!, la opinión pública y los gobiernos extranjeros no se pronunciaron.
¿Qué pasó con Cuba y su apercibimiento a los que intentan desestabilizar el país? Pues Estados Unidos amenazó con más sanciones si nuestro país hace cumplir la ley, y todos sus principales dirigentes promueven la marcha con marcado entusiasmo.
Son las asimetrías del mundo moderno, donde Cuba es tildada de dictadura solo por hacer lo que hace cualquier país. Pero sí podemos hallar un patrón consistente: los que no denunciaron el pasado terrorista de sus aliados tampoco condenaron las amenazas de Estados Unidos a Cuba. Y así pretenden dar lecciones de moral y de honestidad.
(Tomado de Granma)