Un silencio sepulcral invade los pisos, un silencio denso en pleno festejo, justo cuando el periódico se disponía a celebrar su 56 aniversario. Despacito, como quien no busca el alboroto, se nos ha ido Marta Rojas Rodríguez, paradigma del periodismo cubano y de su casa grande, y escritora ejemplar, luz del yate de papel fundado por Fidel, conductora de varias generaciones de profesionales de la noticia.
De sobra sabemos que ella no hubiera querido posposiciones de agasajos ni alegrías. Portadora siempre de esa emoción, y desde ella haber trabajado incansablemente, Marta ha partido del mundo este 3 de octubre, fecha del onomástico de Granma, para cuya celebración se preparaba, ágil y entusiasta como un rayo.
No puedo decir, como tan sinceramente dicen otros, que me parece mentira. No me lo parece incluso habiéndola visitado hace menos de una semana y habiendo conversado con ella por más de una hora, –en su charla rebosante de salud y bienestar– a propósito de Las Campanas de Juana la Loca, la sexta de sus novelas, que será presentada de modo virtual en la Feria del Libro de Chaco 2021 y para la cual deja Marta ahora un hondo espacio, incluso cuando su imagen jovial y segura, atrapada desde el lente de la Redacción Digital de Granma, sea finalmente proyectada, hablando de las motivaciones que la inspiraron a escribir la obra.
Si no me asombra su adiós, aunque mucho me consterna, es porque tenerla tan cerca en sus últimos 15 años, disfrutando de su experiencia y sabiduría, me sirvió, entre muchas otras cosas, para comprender la naturaleza no solo de la vida, sino también de la muerte –que parecía no le llegaría nunca– a la que siempre entendió como parte esencial de la existencia.
Marta fue un ser revelador e impredecible. Podía sorprendernos por igual con un consejo, una historia o una respuesta. En tiempos de pandemia le pedimos trabajara desde la casa y eso hizo, redoblando su ya elevada disciplina. No hubo solicitud a la que le diera la espalda. ¡A la orden!, decía; como tampoco cerró los oídos jamás, siendo toda una maestra, a una sugerencia que se le hiciera.
Sin dejar de protegerse, y cuando el impulso se le antojaba incontrolable, se nos llegaba al periódico, al menos por un rato, para embriagarse del ambiente laboral y ver el rostro de sus compañeros, su gran familia.
Marcada por el rigor del trabajo y el vuelo de su fecunda imaginación, aprovechó los meses de aislamiento para escribir su séptima novela, El espejo de tres lunas, que dejó prácticamente terminada.
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Ya se sabe, Marta. Se nace para vivir y también para un día descansar definitivamente. Pero nos cuesta imaginarte en el descanso, del que solo dispusiste para recobrar las fuerzas. Tus compañeros sabemos que ya no vendrás en las tardes, toda dicharachera y sonriente a decirnos: ¡Grandes cosas, grandes cosas!, para que, como parte de la curiosidad que nos inculcaste, te preguntáramos de qué hablabas. Ya no nos dirás, depositando tu cartera frente a aquella maquinita tuya desde la que hoy otros te escriben, «lo tuyo se comenta», como uno de tus tantos modos de saludar. Pero vendrás, sin dudas, de muchas otras formas.
Aquí están tus libros, tus consejos, tus anécdotas. Tus dedicatorias, tu amor por los libros y la lectura, tu obra periodística y literaria. Tu fidelidad a Fidel, a Alejo, al tío Ho, a la Historia, la que aprendimos de nuevo al lado tuyo, escuchándote hablar, con tu cándida sonrisa y tu palabra recta y afilada. Te has ido, lo sabemos, pero sabemos también, que habitarás para siempre el periódico Granma donde no tiene fin tu travesía.