Carabobo, Venezuela.–El temblor de sus labios la reveló estremecida frente a lo que acababa de descubrir cuando miró al hijo que tenía al lado. Yolimar Medina lo contempló unos segundos, abrió los brazos y estalló incontinente la frase.
Con la dicha de aquel abrazo vibró el anillo humano tejido por la curiosidad en torno a ellos. Yandel Yero Martínez, joven optometrista de nuestro país, presenció el alegrón y conocía los motivos; él había ayudado a gestarlo.
Milagroso parece aún el descubrimiento de Yolimar. Segundos antes, el especialista cubano le había entregado los lentes; «ella se los puso –recuerda él–, y miró alrededor, con la curiosidad de quien contempla algo nuevo. De súbito se volteó hacia el hijo que siempre la acompañaba; entonces no contuvo la exclamación».
En el acto de estrenarse unos espejuelos, antes esquivos, aquella venezolana completaba la visión que tenía de su ser más querido, visto hasta ese momento por ella como una imagen sin apariencia, aunque él era el lazarillo que la guiaba por todas partes, para aliviarle los infortunios de un trastorno visual que se cebó en el olvido.
Vivir humilde tenía su precio, y el déficit de salud era parte de él. Servicios de óptica, por ejemplo, existían solo particulares, y para gente de famélicas billeteras, como Yolimar y millones en esa etapa, un par de lentes a 50 dólares –su precio promedio– era inalcanzable.
De inequidad tan hiriente a Venezuela le urgía curarse. El remedio social lo idearon Fidel y Chávez con proyectos como Salud Visual (de la misión Barrio Adentro), del cual nacieron 330 ópticas comunitarias en los 24 estados; «únicas que prestan servicios gratis en el país», precisa Yero Martínez, ahora asesor del programa.
Actualmente trabajan 833 técnicos y especialistas cubanos en Salud Visual, proyecto sin el cual habría sido imposible alfabetizar y elevar la instrucción de más de 3 000 000 de personas mayores de 15 años, a través de las misiones Róbinson, Riva y Sucre.
Sí, porque adentrarse en los números y las letras requiere de vista sana, y no eran muchas así antes de la refundación chavista entre el proletariado de Venezuela, ahora beneficiado, en número superior a 66 000 000, con consultas oftalmológicas y la entrega, sin costo alguno, de más de 46 000 000 de espejuelos.
Hay que oír los relatos de especialistas y técnicos como José Ángel Leyet, Elizabet Martínez, Yoel Rodríguez, Osmany Izquierdo, Mirelis Muñiz…, hay que verlos narrar cómo las manos de Venezuela se aferran a las solidarias de Cuba a través de ellos, y les dicen: «gracias, Dios bendiga a su pueblo y a usted».
Entonces el orgullo los eriza como a Yandel Yero ante la exclamación emotiva de Yolimar en el abrazo con Ernestico: «¡mi hijo, a tus 18 años, por fin puedo verte por primera vez como eres!».
Son luces de hermandad en las pupilas de Venezuela, cuyos ojos, hoy libres de otras cegueras, se abren, como decía el Che, «a nuevos horizontes y son capaces de ver lo que ayer nuestra condición de esclavos coloniales nos impedía».