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Los domingos no siempre son tan apacibles

Desde hace ya dos semanas he tratado de digerir sin regurgitar un generoso aforo de noticias, misivas, directas, arengas, tuits, mensajes, posts… todos con una intencionalidad: hacer catarsis con la situación actual de nuestro país. Ahora me he tomado tiempo para diferenciar lo verdadero de lo falso, escudriñar los entresijos de las palabras, y como a la palabra me dedico, no me bastó con leer, también quise expresar mi criterio.

Lo que diré está fijado en un primer plano desde la lógica de mi formación, como siempre lo he hecho: mi génesis profesional es el magisterio. De esa manera llegué a otros perfiles de las letras, así arribé a la ecdótica y a la traducción. Asimismo, llegué a inventar historias de ficción.

Todo comenzó desde la enseñanza. Trataré pues, de pulir y tachar lo subjetivo de este manifiesto y luego redactarlo en otra lengua, para que mis amigos de ultramar puedan conocer que, sin pretensiones de disenso, he salido del ruedo selvático de las redes a ofrecer mi corazón en sitios más idóneos, sabiendo a las claras lo que puede costarme.

La mente se me colma de frases que el Maestro expresara en sabios discursos y ensayos. Un día antes del 11 de julio, cuando el germen del embotamiento brotaba en mí como en millones de cubanos, publiqué en mi muro lo que pudiera tomarse como una premonición, al citar unas palabras de su ensayo Nuestra América: «Es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes».

Tal parecía que un déjà vu de ciclón, terremoto, apagones, vicisitudes, desesperanzas, carencias, inseguridades, fuera coronado con una cruel y letal pandemia, y amenazaba nuestros destinos como en los años noventa.

La noche del sábado 10 de julio de 2021 fue aciaga. Un apagón la remataba. A la mañana siguiente me comuniqué por teléfono con tres amigos que hacía meses no llamaba y preocupada indagué por su salud. Todo parecía estar bien hasta pasadas las dos de la tarde, cuando empecé a advertir que por las redes transmitían videos de varias —muchas para la costumbre— ciudades cubanas levantadas en protestas que más tarde fueron proliferando y complicándose en sus escenarios cercanos y lejanos.

Una preocupación muy grande me embargó: «¿tendría el gobierno la experiencia y la pericia para el manejo de este tipo de disturbios?». Era un phatos de concurrencias vertiginosas, al estilo de tornados y mangas de viento.

Secuencia

Aunque estaba lejos de la más cercana, sentí a mi alrededor sorpresa y estupor, luego vino la turbación. Las personas de las primeras imágenes se veían en franca protesta, sin desenfreno. Pero luego de unos minutos se hizo evidente que el Gobierno iba a pronunciarse: encadenaron las emisoras. Tenían que informar.


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¿Qué se vio?: a un presidente sentado ante micrófonos en una comparecencia en el Palacio de la Revolución. Había llegado acompañado por miembros de su equipo y dos periodistas. Una de ellas hizo una impropia, paternalista, laudatoria e impertinente alusión a lo sudado que venía el presidente de la caminata —de unos 80 metros— realizada en San Antonio de los Baños, donde minutos antes habían logrado restaurar el orden.

Los rostros de los participantes se mostraban rígidos, las voces quebradas. Y aunque se haya tratado por los medios oficiales de minimizar la onda expansiva que provocaron las expresiones del primer secretario del PCC y presidente, se escuchó claro cuando expresó: «¡La orden de combate está dada!», y luego: «¡La calle es de los revolucionarios!».

No es eso exactamente lo que expone la Constitución, que un 86,6 % de los ciudadanos legitimó en 2019, cuando declara: «Cuba es un estado Socialista de derecho…».

La repercusión

Las calles son de madres, hijos, hombres, mujeres, niños; de ateos, comunistas no militantes, sacerdotes y miembros de todas las denominaciones religiosas; de los pertenecientes a las sociedades de artes marciales, de masones, de miembros del único partido, de soldados, de grupos LGTBIQ, de artistas, de escritores, pertenezcan o no a la UNEAC; de los contestatarios y disidentes, de los millones de ciudadanos de a pie que a diario hacemos y hemos formado, con altas y bajas, este país; de los dirigentes y de los vagos, de los discapacitados; en fin, de toda esa gama heterogénea a la que Fernando Ortiz llamara el ajiaco cubano.

Esta es una apreciación que pudiera ayudar al Gobierno a comprender definitivamente que, como coterráneos, estamos permeados por un sincretismo cultural expresado en todas las esferas de la sociedad con infinidad de matices, con sus sociolectos y lenguaje funcional bien definidos.

Eso es lo que nos hace ricos, no somos una nación monolítica formada solo por íconos ni por arquetipos de una sola pieza. En ella viven también, en miles de ejemplares, seres malqueridos, reprobados, renegados, aborrecidos; a quienes también asiste el derecho de cohabitar y transitar con todos y para el bien de todos.

Domingos (2)

(Foto: elperiodico)

Sucede que a pesar de ser Cuba un país joven, nuestro carácter ha sido forjado por componentes sociales muy diversos, donde no hay cabida para una narrativa cimentada sobre la unanimidad de criterios: nadie piensa igual al otro. Es su rotundo derecho. Y aprovecho para aclarar que no veo el disenso como un pecado capital ni como un bicho extraño acendrado en nuestra sociedad por entes externos. El disenso es propio del ser humano, no somos calcos ni clones.

Un gobernante debe ser sensible a los colores del arcoíris del país al que le tocó servir. El gobernante de una nación del siglo XXI no puede permitirse el lujo de ahogar ni desacreditar al que disienta de sus políticas, porque, como servidor público, tiene el deber supremo de sopesar criterios, calcular estrategias de unión y alentar al balance y a la ecuanimidad.

Debe tratar de establecer estrategias de unificación de consenso, reconocer cuando se le critica por una política pública cuya aplicación no es acertada y saber diferenciar cuándo de verdad las fuerzas que pujan son internas o externas. Ya no hay espacio para las dictaduras sangrientas que manipularon trazados imperiales como el Plan Cóndor; el mundo cambió.

Seguramente a los pueblos de América Latina les faltó en su momento un medio tecnológico inteligente, como es el caso de los celulares con sus redes en marcha —imperfectas o inteligentes—, para poder ganar su guerra a tiranos como Batista o Stroessner, Videla, Somoza, Banzer o el general Francis. Vivimos otra época.

El presidente de un país escucha, no promete apresuradamente, produce rotundos cambios de políticas para el bien ciudadano, multiplica también estrategias contra los enemigos externos, no llama al caos, no permite que su familia cree un estereotipo virtual de su persona y se muestra, por el contrario, auténtico.

Cuando su gobierno dicta una política, esta debe ir encaminada al mejoramiento del nivel de vida del pueblo, para eso lo eligió ese pueblo. El líder máximo de un país convence, no se permite experimentos sociales, estos son muy riesgosos, como riesgoso es que no sepa conducir a su población, unida en los disímiles estamentos sociales que contiene. El gobernante debe pisar terreno seguro, aprobar políticas que contengan las variables económicas, sociales y políticas bien equilibradas y sostenidas, no inestables.

Ya es el momento de revisar con urgencia un grupo de decretos y mandatos que afectan a este pueblo y realizar, en primer orden, una revisión conceptual de parámetros en la educación.

Decretos como el 217, que impide asentarse en la capital a miles de seres humanos que, por deseo propio, personal o natural desean hacerlo, existen. Y otros muchos dictámenes de este tipo doblegan los derechos ciudadanos. Créanme que cuando hablo de derechos no me refiero a los obtenidos por la salud e instrucción gratuitas, hablo de otros.

Domingos (3)

(Foto: elperiodico)

No voy a dedicarme a verdades bien conocidas sobre los avances y aciertos universales de científicos y médicos cubanos. No son escudos para evadir ni contrarrestar otras verdades: son ara, no pedestal. Es obvio que nuestros hombres de ciencia siempre han estado en el primer escalón de la gloria y merecen respeto por su abnegación como parte del conglomerado de profesionales al que también pertenecemos otros millones. Cada uno de nosotros desde su oficio, ha aportado su brizna. Ellos sirven a la humanidad y han sido un soporte básico para enfrentar la letal epidemia del coronavirus.

Más miradas introspectivas

El pueblo de Cuba estaba acostumbrado al liderazgo auténtico. Desde la mambisada y los gritos de ¡Viva Cuba Libre! en la manigua, hasta el mandato de la Generación Histórica. No se trata de leer discursos vacíos cargados de sofismas. De exponer o leer vacuas palabras que no contienen acciones sobre lo que expresan per se.

Hasta en la retórica del discurso político hay que crear, usar la magia de las palabras, saber crear para atraer. Y es preciso que no se imite, pues las circunstancias no son las mismas. Lo que fuera expuesto por el líder Fidel Castro en otros contextos, fue dicho por él, dígase en Girón o en otros escenarios. Las frases para exhortar a un pueblo no se imitan, no se repiten; se crean otras nuevas desde el corazón.

En estos sesenta y dos años nunca se dijo: «¡Al machete, cubanos!», porque no era el contexto; solo se habló de guerra contra el invasor, contra el enemigo foráneo, no de guerra entre compatriotas. «La orden de combate está dada» nunca fue una arenga desplegada contra un compatriota. Con ella se llamaba a los coterráneos, a los hermanos, a responder ante amenazas externas.

Pero ahora el Gobierno se presenta con un liderazgo condicionado por la opinión de terceros. Es casi imposible dirigir un país donde han existido, y aún existen, poderíos paralelos que se definen por su fuerza económica y su génesis monárquica, por omnipresencias ocultas con la «sartén por el mango».

El poder máximo tiene que establecer control sobre los dictámenes que se originan desde estos bríos. Los engendros económicos solo producen malestar y políticas con soluciones retorcidas, pues a pesar de haber sido creados para resolver problemas de la economía, se entronizan y habitan en sus burbujas de confort y no piensan como el ciudadano común, porque viven alejados de él (el hombre piensa como vive).

Las políticas económicas que la población está rechazando deben ser cambiadas y sus ejecutores, ofrecer disculpas al pueblo que tira del carro. Sus estructuras de ejecución tienen –o al menos así lo exhiben–, el corte de políticas de choque y no responden al dolor y las necesidades.

Los ejecutores pueden actuar con impunidad y contrarios al bien público, por no perder sus prebendas y su exilio revolucionario, que muchas veces enmascara notables escándalos de corrupción, con enjundiosas cuentas en paraísos fiscales u otras innombrables perversiones. Han inventado hasta términos lingüísticos para explicar sus maquinaciones típicas.

Domingos (4)

(Foto: elperiodico)

Políticas a revisar

— Política de cuadros

Uno no tiene toda la verdad entre las manos, pero desde la pantalla de un televisor, desde la tarima del aula o desde la presentación de un libro pueden observarse actitudes en los seres humanos que nos rodean y que hasta entran en nuestros hogares por su carácter repetitivo.

Se notan los caracteres inconvenientes, las improntas de dirigentes de bajo perfil que fueron escogidos para cargos clave de dirección. Se les ve venir, son demasiado predecibles. Y el resultado es un desastre. Muchas veces creo que al escogerlos no se aprecia más allá de los asentimientos, de los patrones culturales de bajo nivel que pululan en muchos de los que sirven en cargos públicos. Los principios no se manifiestan en los rostros, pero hay actitudes que delatan la ineptitud y la simulación de muchos.

— El igualitarismo

La corriente igualitarista que ha plagado muchas políticas ha producido pésimos resultados en el orden social, algo contrario a lo que pudiera esperarse. No somos iguales, ni en el intelecto ni en el desarrollo o evolución social. Hay diferencias notables entre los seres humanos, incluso hasta entre los que desarrollan una misma actividad profesional. Eso no sostiene discusión, pero se ha establecido una serie de políticas que enarbolan estos apegos.

— Los planes de educación

La educación es un logro ineludible de la Revolución, pero arrastra errores de conceptos y dogmas que deben ser removidos. Los planes emergentes, la descarga de contenidos de los programas educativos y muchas otras disposiciones generadas quizás hasta con las mejores intenciones, promovieron miles de personas sin vocación para educar, aunque enseñaban.

Siempre digo que este factor es la base de muchos males que provocan inestabilidad y malestar. Hay que ir a una educación donde se enseñe la civilidad, no solo mediante consignas, que, por repetidas desde la primaria, permanecen vacías de contenido.

Hay necesidad de inculcar valores muy antiguos, como la solidaridad humana, la compasión, la igualdad entre personas de diferentes credos, colores de piel, culturas, extracción social. Deben destronarse las manifestaciones sexistas y otros patrones pseudo-culturales entronizados desde los años primarios de la educación.

Es necesario incluir a todos los actores de la sociedad en esta batalla, crear planes de rehabilitación comunitaria, enseñar —mediante vías apropiadas a los niveles de enseñanza y edades de los educandos—, respeto a la diversidad de actitudes sexuales. La violencia doméstica existe, el machismo existe, la marginalidad existe. Y estos son fenómenos que no se apagan con campañas lights de cartelitos.

La escuela tutelada por planes gubernamentales debe tener más participación en la erradicación de estos males, pero hay que guiar, con ejemplo y sobriedad, a los padres que no inculquen valores en sus hijos.

Domingos (5)

(Foto: elperiodico)

— Las políticas económicas

Me he concentrado respecto a la posibilidad de reconocer gérmenes de una revuelta popular o una revolución moderna, por decirlo de algún modo. Especialistas señalan que hay cinco premisas que pueden medirse si se quiere saber cuándo un país está listo para un proceso de cambio. Obviando los factores externos que no pueden separarse de nuestra realidad, como el bloqueo impuesto a nuestro país, identifico una de estas premisas: el malestar social.

El futuro prometido a mi generación, que ya está en vías de retiro profesional por arribar al orden de los sexagenarios y septuagenarios, se vislumbra muy oscuro. La población cubana está envejecida, ha luchado mucho y carga pesadamente con el fardo de sus hijos en el extranjero, de la separación familiar y la amenazante diáspora.

El sentimiento de inseguridad colma a los que están o entrarán en la tercera edad sin recursos para defenderse. Los jóvenes que permanecen en el país viven también agobiados por miles de preguntas sobre su futuro. No en todos los casos los egresados de carreras universitarias son bien remunerados, y el reconocimiento social pasa primero por la simulación de actitudes que conllevan a la pérdida de valores.

Las generaciones nacidas después de 1959 han pasado por una serie de malestares que son objeto de estudios conscientes. Solo quiero llamar la atención en que el sentimiento de «que nada funciona bien» es una corriente negativa que embarga al ciudadano de a pie.

Comienza desde los malestares culturales de insatisfacción casi invisibles,  pero que tienen su génesis en desigualdades, en la corrupción observada, en los malos manejos de la macroeconomía estatal, que no acepta otros derroteros que no sean sus preceptos y desdeña la entrada al escenario de la economía privada, que, en un final, tributa a las arcas del erario. Incluso, no quiere ni nombrarla con su verdadero apelativo. Se le llama sector no estatal, y no sector privado, como debería.

En pequeñas experiencias, como las llevadas a cabo en La Habana Vieja por Eusebio Leal, se demostró que era posible un socialismo más inclusivo poniendo todo en su lugar. En materia de economía, todo el comercio con sus leyes está inventado desde los fenicios. Entonces, ¿por qué experimentar y fantasear con nuevas fórmulas que solo conllevan a mercados vacíos y penosas imágenes de desolación?

¿No podía haberse hecho un reordenamiento de la economía sin instalar la macabra fórmula de las tiendas en MLC? No creo que esto lo contengan así los ciento un Lineamientos del PCC que el Gobierno estuvo muy apresurado a dar por cumplidos. ¿Ningún lineamiento preconizó la desigualdad que estas políticas generarían? En la semántica de los eslóganes actuales se rechaza la adjetivación real: de choque. Voy a trasponerla para no provocar la ira de Zeus.

No creo lógico el camino por donde enrumbó la economía, que se siguió sin conciencia de que el disenso crecería a ritmo exponencial, hasta chocar con el falso techo de las estrategias que volvían a prometer un futuro socialista paradisíaco.

La realidad es que fue incentivado el malestar social, se aceleraron las desigualdades que produjeron un efecto dominó y, como imán perverso, atrajeron la mirada de un imperio que desde siempre quitó y puso para ejercer su poderío y «caer con esa fuerza más» sobre nuestra tierra. Algo más o menos parecido a tentar al Diablo.

¿Qué relación tiene todo esto con la realidad actual en Cuba?

En semanas anteriores acabamos de vivir una demostración de contradicción que, por nueva y espontánea, produjo en el Estado y Gobierno evidente rechazo.  Vivíamos bajo la égida de unidad condicional, pero relativa y temporal, y su propia negación produjo efectos no esperados ni deseados.

Pero la teoría dice que los contrarios se excluyen y se penetran mutuamente. La relación entre los que se manifestaron y el grupo de poder que representa al Estado producirá de algún modo una renovación, tiene que implicar desarrollo para este país, no involución, porque el Estado es un órgano vivo y va a funcionar como una lucha de clases que será motor impulsor para una Cuba mejor.

Domingos (6)

(Foto: elperiodico)

No hay otro camino, tampoco hay videntes que auguren el tiempo real en que sucederán los cambios para mejor. Al menos, ya esta dejó de ser una sociedad monótona para convertirse en un hervidero de preocupaciones para el Gobierno, obligado a ofrecer soluciones a corto, mediano y largo plazo. Debe escuchar, no taponear sus oídos.

El Gobierno y el Estado pueden sacar provecho de estas situaciones, revertir en favor de la nación cubana estos nuevos paradigmas[1] de disenso y protestas.

¿Cómo me percaté de los errores?

Revisé el enfoque de mis clases de ecdótica. Lo primero que se dice es que un editor debe tener vista de águila entrenada. Vi venir el fenómeno que estamos sufriendo como si fueran las planas de un original, y me basé en las leyes de la dialéctica para explicármelo.

Lo primero es la unión y lucha de contrarios. La praxis como criterio de la verdad. Desde que las aprendí en la universidad traté de explicarlo todo desde esas premisas, teniendo en cuenta los clásicos de la filosofía marxista. Y no se me malinterprete. Me puse en el lugar donde un filósofo se pone, y me dije: estas cuestiones tienen que analizarlas el Partido y el Gobierno como un paso hacia el desarrollo, ya que en ellas se evidencia la unión y lucha de contrarios; y donde existen contradicciones habrá desarrollo. La unanimidad a ultranza, esa que no permite la generación de ideas, hoy, en Cuba, frena el desarrollo.

Todo esto y más de lo que está ocurriendo es un reto para la gobernabilidad. Deben soltarse las ataduras de imposiciones plagadas de obsolescencia y reformar, en primer lugar, los puntos neurálgicos de la economía cubana. Este aprovechamiento al que me refiero se tornará en beneficios sociales, sostenidos en la diversidad e inclusión de todos los ciudadanos y ciudadanas con actitud participativa para levantar nuestro país.

También debe ocuparse del ámbito político, pues los «briosos corceles» que se apuntaron en la carrera no están confundidos, sino asfixiados. Donde encuentren el aire lo tomarán. Déjese de pensar que de nuestros compatriotas el que disiente es enemigo, mercenario o delincuente. Bórrense todas las listas y no se hiera más la dignidad de quienes halan el carro de otra manera, pero están aquí, sufriendo igualmente una nación asediada por predisposiciones internas y por un bloqueo económico externo, ambos obsolescentes.

Escúchense todas las voces y no solo las que se quieren oír. El diálogo permitirá domingos más apacibles y puede llevar hacia un buen camino de paz, amor y dignidad nacionales.

***

[1] Y remito al título que menciono: Los nuevos paradigmas, de Jorge Fornet.

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