¿Cuánto lo conoció?, ¿cómo descubrió la mística que lo acompañaba?, ¿en qué momento se declaró su discípulo? Así, sereno y al mismo tiempo impetuoso, se sentó Apolo junto al ángel a quien debía descifrar; al hombre cuyo espíritu paradigmático sobrevolaba el convulso presente de la década en que era rescatado del polvo y la epidermis, allá por el siglo XX; a quien había sido llamado Apóstol. La vida intensa y corta de Julio Antonio Mella nos lleva de la mano por la espiritualidad y el sacrificio desgarrador, ese que lo hizo mantenerse firme en la defensa del ideal revolucionario, de una existencia plena de virtud, de nuestro José Martí.