LA HABANA, Cuba.- Se cuenta que alguna vez Lezama fue invitado, junto a otros escritores, a una cena en la UNEAC; …eran los años de Nicolás Guillén, quien, incluso siendo comunista, debió resultar algo más simpático que Abel Prieto y que Carlos Martí, y mejor rimador que Miguel Barnet, y también mejor anfitrión que este que hoy “preside” y de quien ahora no recuerdo el nombre, ni la obra que lo distingue, puesto en esa “presidencia” por quien preside el partido comunista. El caso es que Lezama fue a la cena y comió mucho, tanto como le permitiera la enorme dimensión de su aparato digestivo.
También se ha contado que aquel día, cuando casi llegaban a la sobremesa, cuando todos los comensales, artistas y funcionarios, llegaban al hartazgo, descubrió Lezama un bistec que sobrevivía en una bandeja algo lejana, en el otro extremo de la mesa. Dicen que el gordo de “Trocadero”, ni corto ni perezoso, reclamó con voz altísima: “¿Alguien puede alcanzarme aquel pobre bistec que ha quedado huérfano?”. Así se dice que chilló el gordo, y se cuenta todavía, y también que fue atendido de inmediato y que deglutió la carne con esa lujuria que solamente exhiben algunos glotones mientras mastican, mientras miran, mientras tragan, y disfrutan.
Y es que Lezama fue un hombre “de muy buen comer”, que así llamaban nuestras abuelas en otra época a los comelones. José Lezama Lima debió tener una gran cantidad de dopamina en su cerebro, de lo contrario no sería posible explicar esa pasión desenfrenada por la comida. Lezama, el católico, no escondía su “buen comer”, sabiendo incluso que la gula era pecado. Lezama, dejaron claro quienes con él se sentaron a una mesa, era un glotón, uno de esos a los que hoy llamamos: “hartón, jamaliche, come en cubo”.
Lezama sentía un enorme placer por la comida, un insaciable apetito, una fruición tan tremenda que deshacía la posibilidad de reprobarlo, y quien se atreva hoy a dudarlo que le “meta el diente” a “Paradiso”, y notará cuánto llevó de razón, y para el que aún siga vacilando recomiendo entonces que indague en los muchos testimonios que muestran al gordo de Trocadero, al católico habanero, exhibiendo, sin vergüenza alguna, que la gula estaba entre sus pecados, y que quizá era el más visible de todos.
Quizá por eso lo supongo en estos días. Si antes imaginé a Piñera en la calle, si lo supuse chillando Patria y Vida el 11 de julio, y hasta colgado del brazo de algún efebo, veo ahora al gordo de Trocadero en una cola de muy largas dimensiones, en una cola descomunal, solo creíble en la Cuba de estos días. Imagino a Lezama anotándose en la cola. Él y María Luisa, su mujer, marcando a las once de la noche, y escondiéndose luego de los vigilantes policías.
Lezama, María Luisa, sacando cuentas en la oscura noche habanera, averiguando cuántos paquetes de salchicha vendían, y también el precio. José imaginando en el fogón el picadillo de pavo, o de pollo, suponiendo las especias que hervirían en el agua del picadillo, en el breve hilito de aceite, y extrañando el ají, el comino y el laurel; el hilito de puré de tomate cayendo en la olla en la que hervía el agua, el picadillo, y hurgando en la alacena, buscando especias raras.
Lezama en la cola, escuchando a una mujer que pregunta a otra: “¿Detrás de quién tú vas? Y luego la respuesta: “Detrás de aquel gordo”. He visto a Lezama jadeando pero con el tabaco humeante en la boca, y masticado, y también al policía que quiere multarlo, que lo multa, que le exige que se ponga el “nasobuco”, que ocupe su lugar en la cola. Lezama advirtiendo al policía de sus dañados pulmones y del asma que padece, del nasobuco que lo ahoga. Lezama escuchando al policía que le dice: “¿Y pa’ qué viniste a la cola, gordo? Lezama, el autor de Paradiso, pensando en Fidel Castro y en la pasión cocinera del dictador.
Lezama pensando en la comida en medio de la cola, despabilado por la suposición de los olores de las sazones cuando se ligan con las carnes. Lezama imaginando el mantel de encaje, la vajilla pulcra, elegantísima, a donde irá a parar luego la carne, y el soufflé de mariscos, la ensalada de remolacha y los espárragos. Lezama bajo el sol ardiente de La Habana, bajo el sol ardiente de una cola interminable, custodiada por un montón de policías, para comprar unas salchichas, un tubo de crema dental, algo de aceite, un picadillo de pollo traído de Sudamérica, pero pensando en el camarón chino que espesa la salsa, en el pavo relleno con almendras.
Lezama el gordo en una cola, sofocado por el sol, ahogado por el asma. Lezama mostrando su carné de identidad y María Luisa el suyo; el carné del escritor y el de su esposa escaneados por un policía para que el gordo no crea que podrá volver al día siguiente para hacer otra comprita. Lezama en la cola pensando en postres exquisitos; una crema helada, un dulce de coco, un arroz con leche, mientras el guardián insiste en que si no se ordenan en la cola los llevará para la estación de policías.
Lezama en la estación de policías y con una multa de 3 000 pesos porque dijeron que era culpable de un tal “desorden público”. Lezama, el de la revista Orígenes, el de “Paradiso”, el de “Enemigo rumor”, en la cuarta estación de policías, en Infanta y Manglar, viviendo tan cerca de Cuba y Chacón, de la casita de Martí, de la iglesia del Santo Ángel. Lezama, el amante de la buena mesa haciendo cola para llegar, al menos, a la mala mesa, para llevarse un tentempié a la boca.
José Lezama Lima, el tan martiano, encerrado y sin tabaco, sin un cafecito caliente. Lezama, el asmático, en una celda breve y oscura, en una celda caliente y sin aire para llenar sus pulmones desgastados, tan enfermos. Lezama, el de los grandes rituales de la mesa en una celda oscura y pestilente, con hambre, y todo por ir a una cola. Y no dudo que alguien diga que imagino demasiado, que fabulo, y quizá tenga razón, pero intenten imaginar a Lezama en estos días, pregúntese de qué bando estaría. Hasta supongo que “Tratados en La Habana” pudieran reescribirse en estos días, y quizá con un texto sobre San Isidro, y otro con los jóvenes del 27 de noviembre, y uno más sobre la calle habanera del 11J, y las colas, y el hambre, y la represión.
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