Luis Manuel, el enfermero de la Sala B, había apagado la luz temprano. La jornada había transcurrido tranquila, y le había dejado unos minutos para decirme que es de Granma pero que el amor lo trajo hasta aquí. No obstante, el cansancio ya lo había vencido. Justo a las 12:16 minutos de la madrugada, un grito . Una voz desesperada al fondo del pasillo pedía “¡Un médico, un médico!”.