Maiquetía, Venezuela. — En cada asiento había una, o uno. Y en cada rostro, expresiones difíciles de describir, pero que, en armonía con la inmaculada tonalidad de sus batas acentúan esa aureola de arcángeles que el mundo percibe y agradece de ellos, porque los sabe prestos a salvar, sin reparo en el tamaño del riesgo.
Repleto de ellos, el salón de espera del Aeropuerto Internacional Simón Bolivar se pintó de blanco, de rojo, de azul y amarillo; una policromía en la que se fundieron 163 resueltas-esperanzadoras-esperanzadas miradas.
Si el compromiso tiene color, entonces fue eso lo que afloró en el brillo de tantos ojos que traspasaban los cristales translúcidos de aquella sala, en busca del IL-96 de Cubana que, ya lento, acabado de aterrizar, se acercaba a la instalación, para emprender en breve el regreso.
Acá, en el interior de la hermética sala, como por el don del orgullo, como poseídas por la noción de la urgencia, como deseosas de alzar el vuelo, se agitaba más de centenar y medio de estandartes cubanos venezolanos.
Si no hubo el más mínimo viento, ¿qué energía, ¿qué poder agitaba a aquellas banderas? Soplo tal vez, soplos del alma. Vientos nacidos en las entrañas de 163 profesionales cubanos de la salud, los que, ante un Fidel que los contemplaba orgullosos desde un retrato ponerle corazón a Cuba, y azotar a la pandemia que nos azota.
Para eso vuelven a la patria los integrantes de la XVIII brigada del contingente médico Ernesto Guevara, para reforzar el enfrentamiento a la COVID-19, para abreviar el dolor de esa pesadilla y ponerle fin.
Es el cuarto de vuelo de Venezuela hacia Cuba, con la misma finalidad, en los tres anteriores regresaron más de 600 internacionalistas. Con estos ya sobrepasan el millar, entre médicos y enfermeras, los que batallan por librar a su pueblo de la pandemia.
Una parte de ellos –130– se sumará a esa batalla en Ciego de Ávila, los demás harán lo mismo, pero en Mayabeque. Todos están deseosos de encontrarse con sus familias. Pero –unos cuantos le confesaron a Granma–, antes prefieren estar junto a los enfermos, y con cuantas horas y jornadas de desvelo hagan falta, cambiarles el adjetivo de su salud: sanos.
«Entones iremos a ver a nuestros seres queridos, que nos esperan», dijo Yliana Roca Pedroso, la joven guantanamera, especialista en Medicina General Integral (MGI), quien Venezuela en combate el Coronavirus desde hace un año.
«Después regresaremos a la tierra de Bolivar, a retomar nuestra misión y cumplirla –agregó Yliana– esta es solo una pausa; ojalá sea breve, pero estaremos el tiempo que haga sea necesario».
Una disposición que reiteró Adrián Anaya Ramírez, esposo de Yliana, también guantanamero y especialista en MGI. Dijo lo mismo el doctor avileño Manuel Macías Oria, de 58 años, quien ha dedicado más de la mitad de su vida a curar y salvar.
Así lo repitieron todos, casi como un estribillo. Pero en esas expresiones no hay nada formal. Son como rituales del alma.
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