Caminábamos todavía por la calle Neptuno, a punto de llegar a Gervasio y doblar. Me había parado en la óptica Chediac a mirar armaduras de espejuelos, porque ya los necesitaba. En ese instante toda la vidriera se me vino encima. Del brinco caí parado en medio de la acera y, mientras con el rabo del ojo comprobaba que mi hermanita estaba a salvo, fui siguiendo el estallido de todas las vidrieras de la calle.