“Lo correcto es correcto aunque todos lo condenen. Lo incorrecto es incorrecto aunque todos lo aprueben”.
Charles Spurgeon
A casi todos nos tomó por sorpresa: a pesar de la escasez extrema, lo mismo de pan que de Dipirona, y de los precios establecidos como por ciencia ficción; a pesar de la pandemia y el confinamiento que pican y se extienden; del calor y los apagones irritantes, pocos podrían imaginar las revueltas que nos sacudieron del sopor habitual en una tarde de domingo el pasado 11 de julio.
Porque si algo apreciamos en este país es la llamada tranquilidad ciudadana, quebrada de buenas a primeras en varios puntos de la isla. Han pasado los días y el pensamiento se clarifica, las imágenes limpian cada vez más el parabrisas y no dejan margen a las dudas.
No se trató de una pedrada al azar, sino de un aluvión de piedras que pudieron matar a más de un inocente; no se trató de algún bocón que contestó a la policía, sino de vehículos bocarriba y un desafío flagrante a la autoridad; no se trató de un cristal roto por un empellón en una cola, sino de ladrones que se llevaban sin reparo lo mismo papel sanitario, que cerveza o una nevera.
Definitivamente, el lado más oscuro de la nación salió ese día a la luz. Ahora podemos sentirnos hasta culpables por haber convivido con la marginalidad, sin tenderle lo suficiente la mano a esos barrios precarios que se han multiplicado más de lo que quisiéramos a lo largo de la isla. Y es verdad que quizás ha faltado sensibilidad y prioridad para atender tan complejos entornos.
Pero la marginalidad no constituye fenómeno exclusivo de Cuba, sino que pulula por medio mundo, incluidas naciones más desarrolladas. Para ser un país tercermundista, aquí se han ofrecido no pocas oportunidades de salir adelante a los más humildes, solo que algunos no las han aprovechado lo suficiente y han cimentado sus proyectos de vida sobre la vagancia, el alcohol o los inventos.
Además, la pobreza no tiene por qué andar reñida con la decencia y que nadie se llame a engaño: si algún fatídico día el capitalismo coloca sus hambrientas garras sobre esta isla los estratos más humildes de la sociedad quedarán como los peor parados, no significarán para ellos más que carroña a quien empujarán sin reparo hacia el fondo, ajenos al menor escrúpulo humano.
Si algún fatídico día el capitalismo coloca sus hambrientas garras sobre esta isla, Cuba no será más que una de esas dolorosas comarcas de Colombia o El Salvador, con niños pidiendo limosna en las calles, barrios de tolerancia, drogas al doblar de la esquina y las pandillas matándose por el poder.
Muchas de las imágenes de ese oscuro domingo sacan a la luz un rostro iracundo y resentido del país que rebasó todos los límites de la civilidad, quizás también recostado en el comodín de la permisibilidad que ha consentido demasiado hechos y actitudes reprobables durante los últimos tiempos.
Muchos cubanos de bien coinciden en que “aquí se ha pasado bastante la mano”, se ha dejado coger ala al guapetón y aquellos que viven fuera de las más elementales normas sociales. Resulta que hemos andado quizás más preocupados por los habituales shows montados contra Cuba como supuesta violadora de los derechos humanos que por lo que realmente pensamos la mayoría de los habitantes de este archipiélago. Y ya todos sabemos que, hagamos lo que hagamos, las campañas enemigas continuarán.
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En el caldo de cultivo para los sucesos del 11 de julio también se cocinaron no pocas letras reguetoneras y raperas, desafiantes de todo mandato y particularmente agresivas contra las autoridades y los agentes del orden público, a quienes satanizan con términos ofensivos y algunos estribillos al estilo de “Fuego con la PNR”.
Aunque toda esta amalgama que aportó la furrumalla constituye apenas el rostro de los disturbios. Un lobo solo no hace manada. También anduvieron solapados los instigadores asalariados y hasta algunos artistas con notable nivel intelectual y bonanza económica, que se han quitado las máscaras y ahora esgrimen un imperdonable discurso anexionista. Ver para creer.
Pero, la columna de este lamentable disenso se ha construido durante años desde fuera y de forma oportunista sacó lasca del muy difícil escenario que enfrenta Cuba hoy, donde convergen en caja de Pandora la COVID-19 con la crisis económica, el complejo proceso de ordenamiento monetario y su respectiva inflación: todo mediado por un bloqueo crónico y renovado a la vez.
Disfrazada con la etiqueta supuestamente humanitaria de SOS Cuba, la evidente agresión se cebó en particular desde las redes sociales y la comunidad cubanoamericana de Miami —con el debido espaldarazo del gobierno norteamericano—, donde agredir y atentar contra la isla se ha convertido en un negocio redondo.
Dividida e instigada, aquella colectividad protagoniza hoy la ya histórica injerencia de Washington en Cuba. Si alguna vez justificamos la emigración por supuestas razones económicas, hoy con dolor apreciamos que no pocos de los residentes cubanos en Estados Unidos, en particular en la Florida, piden sangre.
Y no se trata solo de los que se fueron a principios de la Revolución, con su bártulo de resentimiento por las expropiaciones y otras medidas radicales que jamás aceptaron. Se trata de algunos mucho más contemporáneos, de esos que formaban parte de nuestra familia o del vecindario y despedimos hace apenas unos años deseándoles suerte en sus nuevos proyectos personales.
Resulta que ahora nos han virado los cañones porque realmente no les basta con vivir mejor, también los mueven razones políticas y quieren enfermizamente que se caiga el comunismo, no importa que para lograrlo lancen misiles contra un hermano y su antiguo barrio o azucen una guerra civil aquí dentro.
Según el Centro de Investigaciones Pew, en el 2017 ya residían unos 2.3 millones de personas de origen cubano en Estados Unidos, quienes conforman la tercera mayor comunidad hispana en ese país, descrita por expertos como muy poderosa en términos políticos, con capacidad para insertar los temas de su interés en la agenda de aquel país y ocupar importantes cargos en sus instituciones, además de constituir un significativo bloque de votantes con un peso decisivo en las elecciones, sobre todo en el estado de la Florida.
Llegados a este punto vale la pena repasar los acontecimientos recientes por las lecciones claritas que nos dejan: algunos aquí dentro y allá fuera son capaces de todo y merecen ser juzgados con la severidad que las leyes dictan. Nadie que tiró piedras espere flores. Cuando alguien se involucra en una de estas rebambarambas ha de medir las consecuencias. El mal debe cortarse de raíz y el diálogo sembrarse desde la semilla.
Del lado de acá tampoco nos engañemos. No todo es culpa del bloqueo. Si seguimos pensando con triunfalismo que vivimos en el mejor país posible, tardaremos en resolver nuestros problemas. Cuba necesita rectificar, desde aquí dentro, algunos rumbos, agilizar cambios económicos para esquivar estatismos dañinos, aunque ahora mismo parezca tan difícil como caminar con las manos atadas.
Cuba precisa transformar la gestión del gobierno, controlar los pocos recursos que tenemos para que no se pierdan por el camino; recuperar verdaderos y respetables liderazgos a todos los niveles. No ignorar ni desoír a nadie que se exprese con respeto, aunque piense diferente. La Revolución no terminó en el 59, ni va a mantenerse per se. Hay que labrarla y baldearla cada día.
Es cierto que todos queremos vivir un poco mejor. Con algo de prosperidad no se imagina un mejor país para nacer y morir. Pero nadie espere un milagro y tengamos claro lo que tan bien dejó dicho la ya fallecida escritora y activista por los derechos civiles en el propio Estados Unidos, Maya Angelou: “El odio ha causado muchos problemas en el mundo, pero no ha ayudado a solucionar ninguno”.