TOKIO.-«Si fuera posible poner sobre el tatami de este templo, el Nippon Budokan, el gran amor que yo siento por Santiago de Cuba, salgo de aquí campeona olímpica», nos dijo, el día antes de su iniciación en estos Juegos, Kaliema Antomarchi, la de la calle Trocha en esa rebelde, hospitalaria y heroica urbe. Y ella llevó, en su judogui y en su alma, esa pasión indómita e inconfundible de la mujer cubana a una lid sumamente retadora.
Habría que comenzar diciendo que todas las mujeres que se enrolaron en las disputas por las medallas, es decir, las cuatro que dirimieron las de bronce y las dos que disputaron el cetro, habían pasado por los podios mundialistas. Sin embargo, Antomarchi era la estrella, porque lo es, más pequeña de tan fulgurante constelación.
Abrió la competencia venciendo a la croata Karla Prodan, joven que fue campeona mundial de cadetes en 2015 y logró el mismo pergamino, en 2018, en la categoría juvenil. La derrotó con nota de wazari. Sabía que el siguiente combate sería en las mismísimas cumbres del judo en el planeta, pues allí habita Madeleine Malonga, la francesa que tiene en sus vitrinas la corona del orbe en 2019, la plata a esa instancia en 2021, el pasado mes; dos diademas de Europa y ocho preseas en los certámenes Grand Slam, tres de ellas de oro.
Pero la de la Trocha no creyó en tanto abolengo. Sí, cedió ante la gala en tiempo extra, porque peleó tan fuerte y con tanto ímpetu que los cuatro minutos reglamentarios no alcanzaron para la decisión. La más premiada empleó una técnica de pierna y puso amplia ventaja en la pizarra, al recibir calificación de wazari. Sin embargo, en menos de un minuto, el escenario de competencia hirvió con la santiaguera empatando, gracias a una proyección de cadera con el mismo reconocimiento.
Así fueron a la prórroga, y al minuto y 30 segundos Malonga expresó, con otra técnica de pierna, porque encabeza el ranking mundial. Con ese movimiento obtuvo la nota máxima de Ippon y firmó su triunfo.
«Desde que vimos el organigrama supimos que ese combate era un hecho. Sin embargo, jamás pensé en sus títulos, en su experiencia, sí en su calidad, pero nunca me pasó por cabeza que era un pleito perdido, es más. solo tenía en mente ganarle, y estuve muy cerca de lograrlo».
Gussje Steenhuis, de Países Bajos, se le apareció en la primera parada de su camino a la medalla de bronce. Era otro reto mayúsculo, pues no solo fue subcampeona del mundo en 2018 y bronce a ese nivel en este propio 2021, sino que posee cinco preseas en los campeonatos europeos, desde 2015 hasta hoy. La batalla se fue hasta los ocho minutos y un segundo, es decir el tiempo de dos porfías, hasta que una limpia técnica de pierna, puso a toda Santiago de Cuba a lidiar por la medalla de bronce, nada menos que ante la campeona mundial de junio último, la alemana Anna-Maria Wargner.
Resultó ese el único duelo de la cubana que no fue a la regla de oro, decidido por una combinación de técnicas de pierna de la germana. Mas Kaliema Antomarchi no dejó de combatir, con coraje y con claridad en los conceptos del judo.
Arribó al olimpismo competitivo con 33 años, casi para despedirse con una sola visita. Al preguntarle si no cree que pudo llegar antes, dijo: «Es difícil ahora juzgar el pasado, pero sí, creo que tuve oportunidad de estar antes en un escenario olímpico».
—¿Seguirás sobre los tatamis?
—Si hubiera sido medallista aquí, a lo mejor la respuesta sería otra, pero ahora creo que seguiré, por lo menos, hasta los próximos Juegos Centroamericanos y del Caribe.
—¿Con qué te quedas, con esta impresión que le causaste a la élite del judo o con la medalla de bronce mundial de 2017?
—Me exijo mucho, aquella presea es lo más alto.
Ella nos había contado que llegó al judo sin conocerlo, creía que era romper ladrillos y que estuvo meses esperando que le pusiera el primero delante. No los rompió entonces, pero aquí los puso todos en el edificio humano de su valor como mujer, de competidora y de cubana.
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