Soy diabético, hipertenso y tengo un sobrepeso notable; son tres condicionantes que aumentan, con mucho, las posibilidades de padecer daños severos si llegara a infectarme con la COVID-19. Ayer conocí los resultados del PCR que me hube de hacer (negativo) luego de que la semana pasada, como parte de las dinámicas de trabajo, conversé con una compañera que resultó positiva a la enfermedad al anochecer de ese mismo día.
Después de ello, de una parte queda (y permanece) la preocupación por la salud de esa compañera, con la que intercambiaste sueños y proyectos durante unos minutos; del otro, la atención que debes mantener sobre tí mismo para reaccionar con rapidez ante algún signo de infección que pudieses manifestar. La evidencia de los daños que provoca la enfermedad es tan aplastante que, en la misma medida en que la vigilancia sobre las señales del cuerpo se va volviendo total, tal parece que las horas se fuesen tornando más densas y pesadas. Lo piensas todo.
El domingo quedará como un día especial en la historia del país y, dado que tengo apenas un año más que la duración temporal del proceso revolucionario cubano, también es un día único en la vida que me ha tocado vivir. Pensar todo significa contemplar esas protestas, saqueos y violencias con preocupación, horror y buscando sus raíces. Significa volver la mirada hacia el pasado, preguntar por estos espacios del sujeto popular, por la pobreza y la marginalidad, lo posible y lo que no. A la misma vez, la pregunta incluye la hostilidad implacable (practicamente garantizada) en contra del proyecto revolucionario por parte de todas las administraciones estadounidenses desde las primeras medidas descolonizadoras y antimperialistas del Gobierno revolucionario cubano, así como la articulación y traducción de esta violencia de Estado como una trama internacional de gobiernos, organismos y medios de difusión masiva. Junto a lo anterior, la pregunta se abre al cuestionamiento de las maneras en las que estos medios establecen, aplican y fortalecen los estándares y exigencias válidas unicamente para Cuba, como si fuese absolutamente legítimo exigir al país (nunca solicitar, sino exigir) lo que no se pretende que sea cumplido por ningún otro país.
La posibilidad de contagio se combina con las escenas de protesta y vandalismo, pero también con las de reafirmación y defensa del proyecto revolucionario; los llamados al odio con el esfuerzo infinito de la dirección política y del sistema institucional cubano para implementar un verdadero proyecto nacional integral de lucha contra la COVID-19. No logro separar de estos esfuerzos el escalofrío que me recorre al recordar que, mientras los escasísimos ingresos del país han sido distribuídos (casi haciendo magia) entre el enfrentamiento a la pandemia, el sostenimiento de lo que ha sido posible en la canasta básica y el mantenimiento de (también hasta donde ha sido posible) de la vitalidad del país, toda una inmensa gama de analistas, actores de los medios masivos, políticos, académicos y, en general seres humanos, han observado, sin demasiada inquietud, cómo la situación económica cubana se iba deteriorando. En el idioma que sea, y desde la orientación política que sea, deterioro significa padecimiento, desabastecer, crisis, dolor, tal vez estallido, violencia y puede que hasta muerte. Espanta pensar que no sólo lo han contemplado y sabido, sino que incluso lo han alimentado anteponiendo el discurso de odio y el llamado a la destrucción a la simple y humana solidaridad, esta última la acción universal mínima frente al otro que sufre.
¿Cómo responder las preguntas? ¿De qué trata, más allá de lo aparente, todo esto que hoy sucede a nuestro alrededor ? ¿De qué no se habla cuando se emplean, de manera acrítica, palabras como «libertad» o «derechos»? Para mí «socialismo» o «comunistas» apenas son la superficie de las cuestiones que verdaderamente se encuentran en disputa y que adquieren una dimensión única porque nací y vivo en una pequeña isla del Caribe, poseedora de una economía subdesarrollada, que ha vivido su más de medio siglo de Revolución librando todo tipo de batallas para salir de esta condición, que -en contra de todos estos esfuerzos- ha debido existir en un ambiente de cerco económico, político, cultural y cominicacional alentado y sostenido por el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados (del tipo que sean) en el escenario internacional. ¿Qué hay debajo, o detrás, o después de todo esto? Creo que se trata de: un sistema político, modelo de sociedad y cultura que privilegia, potencia, despliega y sostiene un espacio nacional de signo igualitario, donde los ciudadanos disfrutan de salud universal gratuita, educación gratuita en todos los niveles, seguridad de no ser expulsados de sus casas cuando no puedan pa-garlas, garantía de canasta alimentaria básica y protección laboral. A esto agrego el despliegue de un sistema de instituciones y acciones culturales concebidas para luchar contra la ignorancia, reivindicar lo mejor del arte y la cultura nacional y ofrecer acceso a grandes valores de la universal.
Si viviera en otra zona del planeta, quizás lo consideraría poco, pero ya dije que soy un habitante del subdesarrollo, hijo de un mundo que tomó distancia de una clara dependencia neo-colonial y agrego que de procedencia humilde y color negro, cosas que no olvido porque son mi historia familiar y exponentes de identidad personal. Por ello, al escribir esto, lo hago con la convicción de que en la suma hay una plataforma mínima de humanización para emprender la construcción de un mundo nuevo de justicia social y desarrollo. Sé perfectamente que entre los que salieron a protestar y vandalizar hay muchos de igual linaje que el mío; queda depurar, conversar, debatir, rehacer, favorecer el diálogo social en todos sus teatros y niveles, así como brindar todos los impulsos que se necesiten para que afloren la más desmesurada creatividad política, institucional, popular, nacional.
Mientras escribo estas líneas pienso en la compañera, enferma de COVID-19, por la que dieron inicio las presentes líneas, en un segundo sobre el cual supe que fue trasladado desde la terapia intermedia a una sala general y una tercera (ingresada también por lo mismo) de la cual hace minutos recibí un mensaje avisando que mañana le será dada el alta. Los médicos siguen dando lo mejor de sí para salvar vidas; primero, gracias, y después: quiero ser así.