- 92,1% de eficacia ante la enfermedad sintomática.
- 100% de eficacia ante la enfermedad sintomática severa y la muerte.
- 75,7% de eficacia ante la infección.
Sí, estoy contenta, muy. Pero no solo porque ese es el esquema que llevamos en casa, porque pusimos el hombro en el ensayo que permitió llegar hasta aquí, porque esos números significan un poquito más de tranquilidad en la protección indirecta de mi hija.
Estoy orgullosa, también. Porque el día que conocimos a Dagmar, a Yuri, a Belinda, bromearon con nosotros como cubanos de a pie, sin una pizca de humos en la cabeza. Porque cuando les pedimos que nos adelantaran algo, nos hablaron de “números bonitos”, pero ya les brillaban los ojos.
Les estoy agradecida, mucho. A ellos y a los otros tantos científicos que pusieron su vida en pausa durante más de un año, que aún pasan madrugadas sin dormir, que buscaron alternativas para los reactivos y equipos ausentes… y se sacaron de la manga estos números que parecen magia, pero son puro esfuerzo.
Mañana, a lo mejor, estaré molesta. Por todos aquellos que no considerarán esto lo suficientemente importante, por los que pondrán cuarenta “peros”, por quienes se esforzarán en mirar solo las manchas.
Mañana, seguro, volveré a estar triste. Por los números que dará Durán, por los casos de Matanzas, por los irresponsables que juegan fútbol sin nasobuco en el parque frente a casa, por todo lo que falta para que Ainoa salga.
Pero hoy respiro esperanza: quiero creer que, quizás, estas vacunas implicarán otro tipo de impulsos. Porque ellos, los científicos, ya hicieron su parte. Pero faltan muchas otras: las nuestras. Y ojalá nos inmunizaran con un poquito de sus ganas.