BOSTON, Estados Unidos. – El panorama en Cuba no puede ser más tétrico y lo peor no son las perspectivas de un mayor agravamiento de las condiciones existenciales, sino la falta de interés del poder en dejar atrás las intenciones de mantener la racionalidad bajo el peso de la soberbia y el amenazante filo del inmovilismo.
Hace meses que el abismo no es la socorrida metáfora para explicar el desastre causado por el socialismo de estirpe estalinista en las vidas de los millones de cubanos que viven atrapados entre la escasez y el miedo. Se trata de una imagen real en la mente de quienes corren detrás de los camiones con la idea de que traen algún producto de primera necesidad, aunque no tengan la certeza de ello ni tampoco la suerte de alcanzar, si en realidad las mercancías son descargadas en el almacén para distribuirlas de forma racionada.
No hay respiro en el maratón de la supervivencia que demanda la conservación del ritmo para no morir de hambre, sin detenerse en los niveles de agotamiento y el espejismo de la meta. Cada alborada es el anuncio de una nueva tragedia, en un ciclo que agobia y mata. La inhumanidad se refleja en las desgastantes aglomeraciones en las inmediaciones de los centros comerciales, en los salarios en moneda nacional que apenas alcanzan para cubrir las necesidades más perentorias y en la petulancia de los voceros del régimen, con sus esperanzadores discursos, repletos de soluciones que nunca se materializan.
Al coronavirus, cuyas cifras de letalidad y contagios aumentan exponencialmente, se han unido la tormenta tropical Elsa (que pasó sin dejar daños significativos), las altas probabilidades de un incremento de los apagones debido a un alza de la demanda, un pronunciado declive en la zafra azucarera y la expansión de un brote mortal hemorrágico que afecta a las granjas de las provincias occidentales dedicadas a la cría de conejos, lo que adelanta mayores privaciones alimentarias.
Son escasas las noticias que ayuden a levantar el ánimo de una población expuesta a un estrés sostenido y carencias de todo tipo. Las loas al gobierno en los medios y el ocultamiento de las vicisitudes económicas y sociales cuentan con un rechazo total ante un escenario que se deteriora con preocupante celeridad y sin atisbo de esa necesaria luz al final de una crisis que, por momentos, parece la antesala de un final apocalíptico.
No obstante, el desenlace pudiera no estar tan cerca cómo podría asumirse desde determinadas perspectivas. Aún la pasividad es un rasgo distintivo del cubano de a pie, más allá de los breves chispazos de descontento publicados en las redes sociales. Por otro lado, una parte significativa de la población sigue apostando por mantenerse al margen de cuestionamientos que generen consecuencias de envergadura por parte de la policía política.
La alianza, abierta o velada, con el agresor, exhibe el grado de envilecimiento existente, lo cual se convierte en un obstáculo para la articulación de una masa crítica que rete a los mandamases y sus huestes de esbirros y burócratas.
La conservación de esos esquemas mentales, basados en el acomodo y el sálvese el que pueda, indican que la emancipación definitiva se mantendrá a la espera de circunstancias más propicias que posibiliten las indispensables articulaciones. De lo contrario, habrá que esperar por la aparición de otros elementos causales, como la fracturación de los diferentes estratos del poder real a cuenta de la exacerbación de las rencillas internas por razones políticas o de otra índole, pero que en alguna medida desemboquen en una reorientación de las agendas.
Esto encierra el peligro de que las facciones vencedoras en una hipotética puja por el poder impongan sus puntos de vista al margen de una democracia real y una economía de mercado sustentada en el libre flujo de capitales y una legalidad a prueba de decretos que la condicionen o anulen.
Por el momento, sobran motivos para que el caos socioeconómico siga su curso ascendente. Lo que suceda en medio del afianzamiento del desastre hay que dejarlo entre signos de interrogación.
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