Solo 39 países han logrado, al menos una vez, incluirse entre los diez primeros de un medallero olímpico. Cuba se estrenó en ese selecto listado en los Juegos de Montreal-1976, y es hoy uno de los 16 que lo han hecho en más de una ocasión.
En esa ciudad canadiense, la Mayor de las Antillas marcó otro hito: Alberto Juantorena logró lo que nadie ha repetido hasta hoy: ganar los 400 metros, una prueba de velocidad, y la de 800 metros, modalidad de medio fondo. Allí, por primera vez un judoca de América, de Guanajay, Cuba, desafió a las potencias asiáticas y subió a lo más alto del podio. Héctor Rodríguez, pese a un severo trauma en sus costillas, derrotó en la final al sudcoreano Chang Eun-Kyung.
Los púgiles Jorge Hernández (48 kg), Ángel Herrera (57 kg) y Teófilo Stevenson (+ 81 kg) tejieron un trío de diademas doradas, y la pequeña Isla se instaló en el puesto ocho entre 92 naciones.
Cuatro de plata, tres del boxeo y otra en los 110 con vallas, con Alejandro Casañas; más dos terceros lugares en el ring y uno en el voleibol masculino redondearon aquella presentación.
Cuatro años después, en Moscú-1980, María Caridad Colón le daba a la mujer latinoamericana su primer título con el triunfo de su jabalina, y el pesista Daniel Núñez también honraba a nuestro país en la halterofilia, con su primer pergamino de campeón en ese deporte. Pero la hazaña más grande llegó desde Las Tunas, cuando el gran Teófilo Stevenson completaba su cadena consecutiva de tres victorias en los superpesados del boxeo, proeza inédita desde entonces.
Otros cinco cubanos bajaron del cuadrilátero coronados y llevaron a su Patria hasta el cuarto peldaño, y en un salón de lujo: solo 26 pabellones nacionales se han ubicado entre los cinco primeros, y Cuba lo hizo por segunda vez, después de que Ramón Fonst liderara ese sitio en San Luis-1904.
En Montreal, el mundo vio lo más eximio de la gimnasia. Una niña rumana, Nadia Comanecci, obtuvo la primera calificación de diez puntos en la historia de ese deporte-arte, en las barras asimétricas. La reina de esa edición recibió esa puntuación perfecta en seis ocasiones en ese escenario.
Lamentablemente, 32 naciones, 24 de ellas africanas, no participaron por la presencia de Nueva Zelanda, que había intercambiado lides deportivas con el régimen de Sudáfrica. Otro tanto ocurrió en Moscú-1980, cuando EE. UU. encabezó un boicot a esa cita, aduciendo la presencia de la Unión Soviética en Afganistán. No asistieron 66 nacionalidades, y según el Comité Olímpico Internacional, 45 de ellas, por plegarse a la actitud estadounidense.
Para Los Angeles-1984, la Unión Soviética consideró que no existía seguridad para su delegación, y la respuesta solidaria con ella fue la no presencia de 14 comitivas. Luego llegó la decisión de otorgar la sede de 1988 a una urbe de un país dividido. Seúl, en Sudcorea, organizó los Juegos, y la familia olímpica, con solo ese hecho, volvió a resentirse.
Cuba, que por su desarrollo deportivo estaba destinada a estar, en 1984 y 1988, entre los diez primeros, no asistió a esas reuniones. Sus principios de solidaridad prevalecieron más que las medallas.
En 1984, Carl Lewis, de EE. UU., igualó el éxito de Jesse Owens en Berlín-1936, con cuatro de oro en los mismos eventos (100 y 200 metros, relevo de 4 x 100 y salto de longitud); en los 400 con vallas, Nawal El Moutawakel, fue la primera mujer de un país islámico, y la primera marroquí, en ganar una presea de oro, y la estadounidense Joan Benoit, la primera fémina campeona en maratón. En 1988, el pesista turco Naim Süleymanoglu batió, en una noche, seis récords mundiales y nueve olímpicos. Florence Griffith Joyner ganó 100 y 200 metros planos y el relevo de 4×100, con marca mundial de 10,54 en el hectómetro. Murió a los 38 años, y se había retirado a los 29 del deporte, una semana después de adoptarse la decisión de que las pruebas antidoping se harían tanto en competencias como fuera de ellas.