Originalísima, certera en sus juicios, fuerte y sensible al mismo tiempo, Marta Valdés seguirá siendo, aún después de su muerte, una presencia insoslayable en la historia musical de Cuba.
Nadie como ella para conjugar armonías difíciles y hermosas con melodías y textos que renovaron la poesía amorosa en la canción cubana siguiendo la huella de José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz y otros integrantes de la primera generación del filin pero armándose de una forma única para composiciones que fueron referentes de los posteriores miembros del movimiento de la Nueva Trova.
Porque Marta afirmaba que su contacto físico con la música no fue el oído sino una punzada en el pecho que se iba desplazando hacia la izquierda, y desde allí, nos deja páginas y partituras memorables que recorrieron el mundo en las voces de connotados intérpretes.
Nada, decía, me acerca más a la naturaleza de la vida que la música y en esa manifestación artística llegó a una cima difícil de alcanzar y representativa de un feminismo delicado en el que la autentici