La Revolución Cubana, y su particular ideología, genera fenómenos que abarcan diversas esferas de la cotidianidad. Si bien era común poseer retratos de sus líderes en el hogar, dicha costumbre fue desapareciendo, ya bien por la desconfianza en el proceso, o porque el espacio en la pared fue cedido a otros dioses, u otros futuros hacia los cuales soñar.
Existen, por supuesto, otros espacios del hogar cuya sacralidad es mucho menor. Conservan los hogares, como memoria de un pasado más feliz, el clásico librero en la esquina, presa del polvo y el olvido. A ese lugar, y a uno de sus más conspicuos habitantes, dedico este artículo hoy. Ya sea junto a otros, o como guardián de la estática de algún mueble desvencijado; en casi toda casa cubana existe un viejo manual soviético de marxismo. De cómo y por qué ese particular libro de filosofía abunda más que el glorioso Quijote, comparto algunas reflexiones.
Revolución y Unión Soviética
La relación cordial entre la naciente revolución y los Estados Unidos duró muy poco. La natural o forzada radicalización del proceso llevo de una otrora relación de desconfianza hacia una de hostilidad evidente. Por otra parte, la Unión Soviética observaba el triunfo con recelo: una revolución «occidental», con un país de tradición anticomunista, parecía terreno infértil para el comunismo. Los propios líderes de la revolución fueron notablemente ambiguos en 1959, pero existían algunos signos de un posible acercamiento.
Durante la República, existió en Cuba una tradición marxista notable. Primero el Partido Comunista de Cuba (PCC), fundado en 1925 por Mella y Baliño, después trasformado en Partido Socialista Popular (PSP) en 1944, el cual tendría una participación en el derrocamiento de Batista y en el posterior gobierno revolucionario. Por otra parte, el propio Raúl Castro tuvo acercamientos durante su juventud a las ideas del comunismo.
La política de plaza sitiada que propició la hostilidad norteamericana y la mala gestión económica heredada de la república, continuada por el naciente gobierno, permitieron un acercamiento de la Unión Soviética cuando ésta se ofrece a cubrir la cuota azucarera anteriormente cubierta por los Estados Unidos. Mala gestión, en la medida en que Cuba siempre fue dependiente de quien estuviera dispuesto, más allá de toda ley de mercado, a la compra exclusiva de su mono-producción azucarera. Por ello, y más allá de sinceros esfuerzos de diversificación económica, el país forzosamente debía orbitar alrededor de un país poderoso, que lógicamente va a imponer su ideología como parte del trato.
El uso y abuso de los manuales soviéticos
Al asumir la revolución su carácter socialista, emergía para Cuba un problema de naturaleza pedagógica: ¿Cómo pasar de una tradición abiertamente anticomunista a una ideología comunista en poco tiempo? Porque, en efecto, el miliciano necesita saber por qué ideales lucha, y más allá de la protección de los suyos, necesita entender que relación tiene su cotidianidad con unos señores de Europa cuyos nombres y hechos no ha escuchado jamás.
El éxodo de profesores universitarios fue cubierto con jóvenes talentos de diversas carreras, que decidieron asumir la enseñanza del marxismo en Cuba. Con una libertad de cátedra poco común, bebieron de las diversas tradiciones marxistas en pos de una formación crítica y heterodoxa. Tales esfuerzos engendraron la revista «Pensamiento Crítico» (1967-1971), además de un esfuerzo editorial que publicó en Cuba clásicos del marxismo occidental no soviético.
Pero del otro lado, fuera de la genialidad del estudiante universitario, el cubano de a pie, el obrero, el campesino, también necesitaba una formación ideológica de corte comunista. Ellos no pueden ni tienen tiempo para leer Marx. Para ellos, y para todo aquel que necesita lo básico, lo más elemental, se crearon los manuales de filosofía marxista-leninista. La propia Unión Soviética, desde sus comienzos, crea manuales para ese propósito; pero los manuales no son exclusivos de una ideología o un sistema político, pues son usados por todo aquel que se interesa por un acercamiento sencillo y resumido a un problema, desde un predicador religioso hasta un divulgador de la ciencia.
Por todo ello, se empieza a crear una brecha entre el marxismo académico plural y el marxismo manualista ortodoxo y limitado, utilizado para la evangelización marxista-leninista. Esta brecha, y las polémicas asociadas, tienen ecos incluso en el presente. Pero para entenderlo, es necesario indagar en el carácter plural de la coexistencia marxista en los años 60.
¿Marxismo o marxismos?
Un entendido del tema notará que mientras más estudia, más difícil es definir el marxismo. Por ello, se hace necesaria una estrategia más prudente que solo busca demarcar fronteras. Aquello que podemos llamar el origen del marxismo son los textos y la metodología que nos legó Carlos Marx. Marx, por tanto, no es marxista. El primer marxista fue Federico Engels, quien sistematiza y amplía la obra marxiana. Estas ideas, encontraron eco en todo el globo, pero en especial en la social-democracia alemana de principios del siglo XX.
Es en este ambiente intelectual que Lenin comienza sus primeras polémicas acerca de la verdadera naturaleza del marxismo y los caminos a seguir para lograr una revolución obrera mundial. La Revolución de Octubre es seguida por otras de menor calibre que fueron reprimidas con éxito. Ello divide al marxismo entre uno soviético, cuya teoría se construye junto a la práctica, y uno occidental puramente teórico, cuyo principal objetivo es criticar el modo de producción capitalista desde sí mismo.
Existen, por tanto, disímiles marxismos; y el marxismo-leninismo d