A la candonga te vas en coche, que es lo más económico. El dinero que tienes hay que maximizarlo, comprar más con menos, analizar distintas opciones de precio y calidad y luego cruzar los dedos para que tu decisión haya sido la correcta. ¡Sí se puede! Son 50 pesos por persona desde el parque de la Iglesia de El Carmen, en la calle Cuba, hasta la zona del hospital materno. Si tienes la suerte mía, te encuentras un coche a mitad de camino entre el parque Vidal y la iglesia, y te ahorras caminar unas cuadras bajo el sol y sudando. Todo ahorro es importante en las circunstancias actuales. Esa energía vital y esos pasos puedes luego dedicarlos a recorrer sin apuro, una y otra vez, los más de 200 quioscos de la feria hasta encontrar lo que buscas, más barato.
Ya montado en el coche, y esperando que se llene, visualizo el trayecto lleno de baches, por hacer algo que no sea sacar cuentas mentales del dinero que llevo en el bolsillo y que me he permitido gastar en un par de necesidades de segundo orden, un artículo para mí mismo, ese regalito al amor propio que uno pospone constantemente porque no se trata de comida y porque te parecen excesivos los precios en comparación con lo que logras ganar por aquí y por allá en un mes, además del simbólico salario de 3 000 o 4 000 pesos que percibes por tu trabajo en el Estado.
En esa pensadera estoy cuando llega la policía, sí señor, fuá fuá, y llegó la policía, sí señor, con las sirenas del motor y las luces azulitas dando vueltas, histéricas y prepotentes, y me brota ese miedo adquirido en los años 90 cuando compraba y revendía tabacos para pagarme la universidad (tabacos y cualquier otra cosa porque tenía alma y escaseces de merolico gitano que iba y venía de Santa Clara a Matanzas, y viceversa).
Me analizo de una ojeada para ver si hay algo mal en mí que se vea desde afuera, pero me noto apuesto y tranquilo, con mi gorra, la mochila de la cámara y mis gafas rotas, sentado yo sobre el banco de madera dura e incómoda de un carretón con olor a hierba mal digerida y vomitada, uno sin demasiadas variaciones prácticas ni estéticas en comparación a los usados hace centurias o milenios, por los antepasados de la raza humana. En cambio, es el cochero quien recibe, entre risas y como lo más natural del mundo, su segunda multa del día por la misma infracción: hacer estancia en una zona donde está prohibido el parqueo. Gracias a él por quitarme de encima el peso de la culpa de un delito que no cometí, pero que en este país, como en el de Kafka, uno nunca sabe.
De la candonga de Santa Clara no hay mucho que decir. No es La Cuevita de La Habana, por ejemplo. Son como 3 000 metros cuadrados de chinchales dispuestos a lo loco, limitados por mostradores, vitrinas, hierros a modo de barreras, con techos de zinc o de lona, comunicados todos por una serie de pasillos oscuritos y más o menos estrechos que cumplen la función de asimilar y conducir hacia los tragantes toda el agua de lluvia que caiga y, como quien no quiere las cosas, también te permite acceder al universo de objetos 99.999% importados desde el capitalismo inhumano y cruel, uno de los cuales has venido a comprar.
En mi caso, un tubo led de 20 para la sala de la casa de la amiga que me acoge y… rattattán… un par de gafas en sustitución de las que aún me cubren los ojos, pese a que hace un mes se le partió la armadura y la bisagrita de la pata izquierda. Cojea sobre mi cara, como quien dice, pero así anda todo en Cuba desde mucho antes de que dijeran que había que cambiar todo lo que debería ser cambiado y nada cambia, no sé si me explico, y por ese sentimiento de solidaridad o de estar a tono con la época, me había negado a sustituirla hasta ahora, no por falta de solvencia económica ni de autoestima, como dije antes. Ustedes crean lo que les parezca.
Y entonces, por superstición, pongo el pie derecho dentro de la candonga. No me voy a poner a buscar porque no soy muy fan al periodismo de investigación, pero creo que el término «candonga» fue importado por nuestros gloriosos colaboradores y combatientes internacionalistas desde la hermana República de Angola, los mismos que con su esfuerzo y su sangre contribuyeron decisivamente a vencer al régimen del Apartheid en el continente africano.
Por otra parte, el término «merolico» nos llegó de una novela, mexicana si mal no recuerdo, y lo de las paladares en lugar de restaurantes, de una brasileña. Pero nosotros creamos el término «cederista», aunque no logramos envolverlo en nailon retráctil, ni tan siquiera disimularlo en la letra de un reguetón o una canción de salsa para que trascendiera nuestras fronteras, exportarlo a Rusia o a Venezuela, por ejemplo, lo cual hubiese sido un lindo homenaje a una organización de masas que este 28 de septiembre arribó victoriosa a su 65 aniversario, y que perdió su razón de ser porque la última gota de nuestras venas como que fue chupada por los bancos de sangre de una Revolución que se llama así por tradición, no porque le haga honores al nombre, como mi vecina que se llamó Esperanza y fue lo más amargado y negativo que existió durante un tiempo en la faz de la tierra. Las pobres: Esperanza y Revolución.
Si no fuera porque luce extremista, saltaría con el pie derecho por los pasadizos candongueros hasta encontrar lo que busco. A veces la superstición funciona. Lo que sucede es que en todos los quioscos por los que paso, el vendedor o vendedora me dice: «Puede preguntar lo que desee». Tras tanta insist