Los rumores sobre la posible muerte de Raúl Modesto Castro Ruz no han cesado desde que Juan Juan Almeida, hijo del fallecido comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, afirmara que su estado de salud era muy delicado. La propaganda oficial no ha desmentido ni confirmado los rumores. Sin embargo, la idea de que el tema se mantenga en total secreto no es descabellada.
Por lo general, el encubrimiento del deterioro de la salud de un líder o la demora en anunciar su fallecimiento son prácticas comunes de regímenes autoritarios y cerrados. Se debe a que, en estos sistemas, el poder puede ejercerse de forma vitalicia y las normas institucionales de sucesión —aunque estén formalmente establecidas— no son las que determinan la transferencia del poder real. En escenarios de ese tipo, el secreto sobre la muerte del líder es indispensable para no levantar revuelos innecesarios mientras se garantiza la «sucesión».
Tres ejemplos ilustran casos y situaciones similares.
FRANCO
Francisco Franco, el dictador español, murió oficialmente el 20 de noviembre de 1975. No obstante, desde un mes antes su salud estaba muy comprometida y la información se manejó en secreto extremo.
A Franco le dio un infarto grave en algún momento de octubre de 1975. Unos días después del suceso, comenzaron a correr los rumores sobre su posible muerte o gravedad. En respuesta, la Casa Civil emitió un comunicado el 21 de octubre para «desmentir» los comentarios. Aseguraron que Franco había tenido una crisis aguda de insuficiencia coronaria durante un proceso gripal, pero que evolucionaba de manera satisfactoria y que había comenzado la rehabilitación y sus actividades habituales.
Pero al momento de emitirse la nota de prensa, Franco no estaba bien. Antonio Piga —el patólogo que preparó el cadáver de Franco después de su muerte— aseguró a El Confidencial que la salud de Franco estaba comprometida al menos desde el día antes de emitir el comunicado de prensa.
El médico aseguró que el 20 de octubre recibió una llamada de Vicente Pozuelo, médico personal de Franco, quien le comunicó que el líder estaba muy mal. Le notificó, además, el deseo de Franco de que él y su padre, Bonifacio Piga —catedrático de Medicina Legal— se prepararan para dirigir el embalsamamiento.
Cuenta Piga que estuvieron un mes comprando en secreto el material para el embalsamamiento y que las fuerzas de seguridad les dijeron que tenían que esperar una llamada en cualquier momento. La llamada la recibieron el 20 de noviembre de 1975 a las 12 de la noche, después de que durante un mes algunos reportes indicaran que el dictador fue sometido a procesos para alargar su vida artificialmente.
Piga narra que cuando llegaron al lugar donde estaba el cadáver de Franco, 40 minutos después de la llamada (12:40 a. m.), el dictador llevaba varias horas fallecido. Sin embargo, se reportó que la muerte de Franco ocurrió el 20 de noviembre a las 5:45 de la madrugada.
Se han vertido muchas hipótesis sobre el alargamiento artificial de la vida Franco y el secretismo que acompañó el proceso. La primera y más extendida es que ese período se utilizó para preparar con cal