Los nombretes se distinguen como una dimensión muy especial del choteo cubano. Si bien el uso del nombrete parece ser universal, en Cuba se le ha dado desde siempre una vuelta de tuerca adicional, que le aporta componentes que rozan lo artístico.
El nombrete puedes ganártelo a raíz de tu apellido, y yo que llevo el Bacallao puedo dar fe, porque a lo largo de mi niñez he sido apodado Bacalao hasta la saciedad, y hasta Va cagao varias veces también. Los niños no perdonan un apellido como Piña o Angulo: es como picharles suave y al medio. Recuerdo que en la Lenin le pregunté una vez a un muchacho llamado Arturo, que si la gente no se aburría de gritarle Arturo Huevo Duro. Me contestó que prefería que se mantuvieran en huevo duro, a que pasaran a Arturo Cara de Culo.
Hay nombretes que provienen de una costumbre de la víctima, casi siempre de connotaciones negativas. En la Lenin conocí a un muchacho que no usaba desodorante —no porque no lo necesitara— y era llamado como la deidad griega: Apolo,