Quizás sea demasiado exagerado catalogar ya como histórico el evento político ocurrido en la noche del 10 de septiembre en el Centro Constitucional Nacional en Filadelfia, Pennsylvania. Potencialmente lo es, pero no ha pasado tiempo suficiente. Por eso quizás lo más justo sea calificarlo de «memorable».
Se trató de un enfrentamiento político entre los dos aspirantes a la presidencia de Estados Unidos en un momento crítico para el devenir histórico de ese país y, por ende, del mundo.
Para decirlo en los términos más suaves posibles: Anoche, en un debate que puede decidir una de las elecciones potencialmente más trascendentes de la historia contemporánea norteamericana, una mujer negra, hija de inmigrantes, se enfrentó y arrinconó con argumentos e ideas, a un multimillonario que en fecha reciente se ha convertido, para bien o para mal, en el símbolo de la supremacía blanca conservadora en la sociedad estadounidense.
Kamala Harris, a quien apenas hace tres meses la mayoría de los expertos consideraban como una candidata poco previsible y apagada para representar al partido demócrata de ese país, se presentó a un debate pleno de retos y desafíos en el que se jugaban muchas cosas. Y para sorpresa de no pocos escépticos, la candidata tuvo un desempeño tan efectivo como el que necesitaba para hacer valer la apreciación de que la campaña electoral presidencial norteamericana se ha transformado de una manera insospechada.
Puede afirmarse incluso que estuvo «por encima del nivel», como se diría en nuestro argot popular. Y, además, en un entorno político en el que la imagen es muchas veces más importante que el contenido, la Señora Harris pareció definitivamente «presidenciable», cosa que no había logrado hasta ahora a pesar de que lleva casi cuatro años a un latido de esa alta magistratura.
Del otro lado del podio tuvo a un adversario formidable: Donald Trump, expresidente de Estados Unidos, quien en el 2016 había derrotado de forma pasmosa y humillante a una de las mujeres más ilustres de la élite del poder. Una candidata con excelentes credenciales para gobernar esa nación de 330 millones de habitantes, Hillary Clinton.
Y la Señora Harris, con gran aplomo y confianza enfrentó el desafío desde que se subió al podio y se encaminó directamente hasta donde estaba Trump y le extendió la mano. El corpulento expresidente, de 1.92 metros de estatura y 215 libras de peso, no tuvo otra alternativa que estrechársela. No obstante, tanto en su gesto displicente como en el resto del enfrentamiento de casi dos horas, demostró que la vicepresidenta representa todo lo que más detesta.
Desde ese momento crucial, la Señora Harris pasó a la ofensiva y no la perdió más.
Pero vayamos al debate y sus momentos cruciales.
El debate desde la perspectiva de Trump
El lance estuvo moderado por los periodistas Linsey Davis y David Muir, ambos con la cadena ABC, que fue la que patrocinó el debate. Tanto uno como el otro lo hicieron con profesionalismo, sin escatimar preguntas difíciles para ambos contendientes.
Sin embargo, fueron duramente criticados durante y después del debate por los seguidores de Donald Trump. Ello no es de extrañar si se tiene en cuenta que el candidato republicano es capaz de atiborrar con el mayor número de mentiras los breves espacios de dos minutos permitidos a cada contrincante.
Los periodistas tenían que reaccionar y lo hicieron. Vale la pena registrar algunos ejemplos.
Ante preguntas lícitas de los moderadores, Trump practicó algo que suele hacer, evadir su responsabilidad ante hechos evidentes de transgresión de la ley o de la moral. Tal fue el caso del intercambio que tuvo con Muir sobre su responsabilidad por los deplorables y lamentables hechos acaecidos en el Capitolio el 6 de enero del 2021, cuando sus seguidores invadieron esa institución para impedir que se proclamara la victoria de Joe Biden en las elecciones del 2020. Increíblemente culpó a la representante Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes.
Ante preguntas lícitas de los moderadores, Trump practicó algo que suele hacer, evadir su responsabilidad ante hechos evidentes de transgresión de la ley o de la moral.
Otro ejemplo. El expresidente se hizo eco de la evidente patraña de que inmigrantes ilegales estaban matando y comiéndose a los gatos y perros de los habitantes de Springfield, Illinois. A pesar de que Muir le explicó a Trump que el tema había sido investigado y que el propio alcalde de la ciudad, un republicano, lo había negado, el candidato lo siguió diciendo.
Hay que reconocer que Trump llegó a controlarse hasta cierto punto, lo cual se ha reportado que le recomendaron sus asesores, pero sucedió lo que es una regularidad en sus peroratas. Constantes exuberancias sobre sus propias capacidades, como cu