Lucía tomó la decisión de emigrar a México un 30 de diciembre; tenía 24 años. En aquel entonces, llevaba un mes y medio viviendo en Madrid. El único recurso que encontró para salir de Cuba fue una maestría en España. «Lo que me esperaba [en Cuba] era la prisión por manifestarme el 11 de julio de 2021». Su idea inicial era permanecer al menos dos años en Europa, pero «las cosas se complicaron». Cuenta que un día, una conocida que también vivía en la capital española le comunicó su decisión de «cruzar la frontera» hacia Estados Unidos y le compartió el contacto de un coyote.
Se enteró de que con visado Schengen —un tratado internacional por el que 29 países de la Unión Europa suprimen los controles en las fronteras— también podía entrar a México y hacer el salto. El Gobierno mexicano da la posibilidad de viajar sin necesidad de permisos adicionales a extranjeros que acrediten ser residentes en los Estados que integran el espacio Schengen.
Lucía llenó una maleta de medicina, barritas energizantes y algunos abrigos y el primero de enero voló a México. «Psicológicamente, no estaba preparada y pienso que, aunque tomes la decisión uno o dos meses antes, no vas a estar preparada para el proceso».
Alejandra nunca pensó irse de Cuba en el momento en que lo hizo. Tampoco pensó hacerlo de la manera en que lo hizo. Pero «no aguantaba más».
«Mi mejor amiga me llama un día y me dice “¿te quieres ir de Cuba?”. Y yo le dije: “sí”. Me llama a la media hora y me dice: “tenemos pasaje y nos vamos” de esta manera. Nos informaron por los lugares que íbamos a pasar y cuánto nos íbamos a demorar. Me fui engañada. El trayecto iba a durar una semana y me tardé más de 20 días. Fueron las semanas más negras de mi vida», recuerda.
Alejandra salió de Cuba un 7 de octubre, con 24 años, y llegó a Estados Unidos 23 días después. Pasó por Islas Caimán, Jamaica, Nicaragua, Honduras y México, donde el trayecto se dilató.
El impulso de Diana para salir de Cuba fue muy diferente. De 23 años, inició su travesía por Nicaragua y duró 16 días. Estaba embarazada.
Al momento de salir de Cuba, Diana tenía dos meses de gestación y vivía en el capitalino municipio Arroyo Naranjo. Sus preocupaciones comenzaron a girar sobre las condiciones en las que iba a dar a luz en la isla. Se trataba de su primera hija y quería que saliera lo mejor posible.
«Vi que los hospitales estaban muy deteriorados. No había agua, no había condiciones. Me entró un ataque de pánico. Esa fue la razón por la que me fui, pero también porque necesitaba prosperar. Necesitaba sacar a mi familia adelante, ayudarlos de alguna manera».
Camila se describe como una persona tranquila. Siempre se le dio bien escuchar y aconsejar a sus amigos. «Intentar salvar el mundo», dice. Su empatía fue lo que la motivó a estudiar Psicología en la Universidad de La Habana.
Después de graduarse, Camila ejerció su carrera durante dos años en un hospital neumológico, pero su trabajo distaba de lo que ella había soñado. Pasó entonces de psicóloga a cajera de un restaurante «en un abrir y cerrar de ojos». El sector gastronómico le ofrecía estabilidad financiera. Cuando cumplió 29 años, empezó a sentir la urgencia de salir de Cuba.
La situación política —a su entender— había desencadenado una crisis económica a la cual no quería seguir sometiéndose. Un 5 de mayo, tras meses de investigación y búsqueda de referencias de coyotes y gracias a una visa a México, salió junto a su esposo directo a Guadalajara, una ciudad en el oeste donde tenía familia. De ahí viajó a Mexicali, frontera con Yuma, Arizona, donde el coyote —con el que había contactado para hacer el cruce— la recogió y la llevó a dormir a su casa.
«Otros conocidos lo habían hecho [el tránsito] con esta persona. Entonces no era alguien totalmente desconocido. Nosotros hicimos una investigación para saber quién era».
Lucía, Diana, Alejandra y Camila forman parte de la sostenida oleada migratoria de cubanos que han optado por abandonar la isla de diferentes formas. Un éxodo masivo que en los últimos años ha alcanzado cifras récord y en el que Estados Unidos sigue siendo el principal destino. Un éxodo, además, altamente feminizado. Según la International Migrant Stock, el 56.6 % de los migrantes son mujeres. Mientras, la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) habla de una «paridad de sexo en la emigración» cubana.
A Lucía, a Diana, a Alejandra y a Camila —quienes no se conocieron en Cuba— las conectó la esperanza que viene luego del traspaso de los confines de la isla y que las empujó a sobreponerse ante cualquier obstáculo o peligro. A la par, hubo otro sentimiento que las vinculó, el miedo a ser objetos de violencia sexual en su camino hacia Estados Unidos.
La violencia sexual en las rutas migratorias, una constante
La erradicación del requisito de visa para cubanos, en noviembre de 2021, del Gobierno de Daniel Ortega marcó un punto de inflexión en la historia migratoria de la isla. 2022 se consolidó como el año del mayor éxodo de migrantes desde 1959 —313 000 cubanos entraron de manera irregular en territorio estadounidense—. Se superaba así las cifras del éxodo del Mariel en 1980 y del que sucedió tras el «Maleconazo» en 1994.
En 2023, más de 153 000 cubanos entraron de forma irregular en EE. UU., de acuerdo con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. Otros 67 000 llegaron ese año gracias al programa parole humanitario, implementado por la Administración de Joe Biden. Faltaría por tabular las entradas con otros tipos de visas sobre las cuales no hay cifras oficiales disponibles.
Durante décadas, los migrantes cubanos han utilizado diferentes rutas desde América del Sur y Centroamérica para cruzar hacia Estados Unidos; la gran mayoría de las travesías convergen en la frontera norte de México. Fuentes de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación de México revelaron que, durante el primer trimestre de 2024, se detectó la entrada de 359 697 «personas en situación migratoria irregular». Un incremento del 199.68 %, frente a las 120 029 en igual período de 2023. Los cubanos, en específico, representan el noveno grupo migratorio más grande (10.464). Solo precedido por Venezuela, Honduras, Ecuador, Guatemala, Colombia, Nicaragua, El Salvador y Haití.
También hubo un incremento en la presencia de núcleos familiares enteros. Un 36 % de aumento de niñas y niños menores de 5 años atendidos, en comparación con 2022, según un reciente informe de Médicos Sin Fronteras (MSF).
Varios organismos internacionales han alertado sobre la constante vulneración de derechos humanos durante el proceso migratorio irregular. Condiciones, además, impuestas por legislaciones discriminatorias que hacen la ruta más difícil y riesgosa. No solo se habla de necesidades básicas insatisfechas —albergue, alimentación y agua—, sino también de deficiencias en el área de Salud, sobre todo, en la atención de casos de violencia sexual.
En el informe «Violencia, desesperanza y abandono en la ruta migratoria», MSF dijo haber asistido a 232 sobrevivientes de violencia sexual durante 2023 en Honduras, Guatemala y México. De ellas, solamente el 10 % fue atendido dentro de las 72 horas posteriores a la agresión. «Este es un lapso que es vital para la prevención de enfermedades de transmisión sexual y otras afectaciones en la salud», declararon.
En conversación con elTOQUE, la organización explicó que solo en el primer trimestre de 2024 MSF atendió 251 casos de violencia sexual. De estos, 105 han sido en Reynosa, Matamoros.
«La violencia sexual en las rutas migratorias es una constante», explica Luz Patricia Mejía, secretaria técnica del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI) para la Organización de Estados Americanos (OEA). «Tiene que ver con un mecanismo [en el que] los cuerpos de las mujeres pasan a ser la moneda de intercambio».
El MESECVI es el órgano encargado de dar seguimiento a la Convención para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres de 1994 e involucra a los Estados de la región, con excepción de Estados Unidos, Canadá y Cuba. Existen diversos motivos por los cuales estos tres Estados no están adheridos al convenio. El argumento del Gobierno de la isla se basa en su expulsión de la OEA en 1962; por lo cual la organización consultada no puede ofrecer datos específicos sobre Cuba y sus migrantes. La falta de cifras, de registros, de organismos y de leyes que velen por las migrantes cubanas aumenta la vulnerabilidad en un contexto de riesgo; las vuelve invisibles.
En el norte de México, el 60 % de las migrantes perciben la violencia sexual como el principal riesgo, según confirmó un estudio del Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés). Sin embargo, no es exclusivo de la zona mexicana.
De acuerdo con Renata Viana, representante regional de incidencia de MSF, muchas de las personas que llegan a la organización —y se reconocen víctimas de agresión sexual— dicen haber sido violentadas en otros puntos de la ruta, antes de la llegada a México. La organización humanitaria recientemente alertó sobre la violación de 16 mujeres por día en febrero de 2024, durante el cruce de la inhóspita selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá. La organización ha llegado a comparar el grado de incidencia de las violencias sexuales en la ruta hacia Estados Unidos con contextos de conflicto armado.
«Muchas veces, cuando llegan a México, donde van a tener estancias más largas, es cuando más probabilidades tienen de buscar atención», subraya.
«El tipo de violencia que viven los hombres es diferente. No estamos planteando que no hay riesgo para hombres, pero el 97 % de las personas tratadas [víctimas de trata] en la región son mujeres y niños. La violencia ejercida contra hombres está más referida a violencia física», señala Luz Patricia.
Renata explica que su organización también ha registrado un aumento en los reportes de violencia sexual contra hombres. Pero no hay datos suficientes para saber si aumentó la violencia contra hombres o aumentaron los reportes. No obstante, la tasa de incidencia en mujeres sigue siendo preponderante.
¿Cuestión de suerte?
La palabra «suerte» se repite una y otra vez en cada uno de los testimonios, por muy diferente que sean. Las entrevistadas dicen: «yo tuve suerte».
Diana pensó que iba preparada para cualquier situación, para lo que fuera, para lo peor. La joven, que ahora es madre, pensó en las consecuencias antes de salir. «Cada paso que uno da en la vida tiene consecuencias», señala.
Tras llegar a Nicaragua, gracias a un pasaje que le compró el padre de su hija —ciudadano estadounidense—, una persona que la esperaba la trasladó a un hotel. En todo momento se sintió vulnerable, como una mercancía. Asegura que las personas que te cruzan «no son buenas». «Se dedican al tráfico de todo, de personas, de droga. Entonces, por mucho que te parezca que son buenas, no lo son. Son personas que tienen un negocio». Durante el trayecto escuchó tiros, vio armas, se enfrentó a la policía, cruzó ríos altos y caudalosos y montó caballos. Dormía solamente dos horas o por turnos. La misión principal era cuidar a su bebé.
Cuando Alejandra llegó a Oaxaca tuvo que montarse en una lancha en mar abierto durante 12 horas. No sabía nadar. «Nos mintieron», dice. Les prometieron chalecos salvavidas que nunca les entregaron. Solo había una rueda de camión en la que tenían que ir sentados. Después cruzó selvas, montó camiones y carros. No sabe decir si en algún momento se sintió insegura, porque no estaba consciente de lo que pasaba. «Hacía todo por inercia», recuerda. Su meta final era llegar a Estados Unidos y reunirse con su familia y decidió someterse a lo que fuera. Después de casi dos años, asegura que no volvería a pasar por la situación.
«Yo no me montaría en la parte de atrás de un camión con un tipo que no conozco».
¿Su mayor miedo? Amanecer muerta o ser violada. Alejandra, incluso, reconoce que tanto ella como su amiga eran constantes «puntos de mira». Por eso decidieron no bañarse, estar desarregladas, oler mal, pasar desapercibidas. Una precaución que de cierta forma seguía la falsa y dañina creencia de que las violencias sexuales son «provocadas», por cómo te vistes y cómo te comportas.
Para el viaje, Diana empacó ropa lo más holgada posible, para que no se le notara el cuerpo. Que no se le notara nada. Se fue sin arreglar, sin maquillaje, sin uñas; nada que pudiera llamar la atención. También buscaba pasar lo más desapercibida posible, lo «más fea posible». Incluso, pensó llevar condones, por si en algún momento sucedía algo.
Argan Aragón, doctora en Sociología, explica que parte de las mujeres que deciden transitar las rutas migratorias adoptan precauciones para evitar embarazos ante la alta probabilidad de ser violadas en el trayecto. Entre los métodos anticonceptivos cita los preservativos y la inyección Depo-Provera —también conocido con la «