Hay tres huevos hirviendo en la cazuelita que heredamos de mi abuela. Antes, en esa misma hacíamos natilla, porque era la única que quedaba con mango, lo suficientemente honda para que alcanzáramos a comer todos en casa y lo suficientemente pequeña para no desperdiciar ingredientes. Pero ya no. Al resto no sé, pero a mí no me apetece. Debe de ser porque tengo que estar mucho tiempo de pie, removiendo. O porque luego hay que esperar a que se enfríe mientras los “¿ya puedo comer natilla?” se me clavan en los oídos. O quizás sea el rechazo que siento hacia la cocina desde que es obligatoria y rutinaria. Por lo que sea, ahora solo hiervo huevos ahí.
He pensado antes de poner los huevos en el agua que tres eran demasiados. Son uno para cada hijo y el otro para mí. Fueron dos segundos los que duró esa idea en mi cabeza. La deseché y eché los tres huevos al fondo de la cazuelita, encendí la candela y me alejé como quien no quiere mirarse en el espejo porque hay algo en él que no le gusta pero reconoce suyo. Ah, la culpa materna, qué hija de puta.
“La cosa está mala”, pienso y zarandeo la cabeza. “Mereces comer huevo, alimentarte”, me recuerdo. Dejo de mirar la cazuelita hirviendo, me alejo para ignorar todo pensamiento intruso, pero es en vano. Al final voy a comerme el huevo con culpa.
Eso pasa porque no sobran como sobraba la natilla en mi casa cuando era niña. Las pequeñas porciones se quedaban semanas esperando en el refrigerador por si alguien decidía finalizar el postre y terminaban en la basura. Ojalá la culpa materna también pudiera ponerse ahí. Porque la vez que me contaron que una buena madre se sacrifica por sus hijos significó que no comía huevos pues eran muy caros. La pasta solamente con tomate fue una medalla a la abnegación y eterno sacrificio materno. Nos jodieron con eso.
Sentarnos a comer tampoco es una actividad que disfrute. Le he perdido el gusto a sentarme. Lo que sí disfruto es verles, sobre todo cuando me hablan de esos personajes que no sé quiénes son ni a dónde van porque se los inventan. Disfruto ver a mi hija gesticular. Creo que ha cambiado mucho desde la última vez que m