Decía Aaron Nimzowitz, notable teórico del ajedrez, que la amenaza es muchas veces más fuerte que su ejecución, y razón no le faltaba. Yo, por ejemplo, prefiero que me pique un mosquito directamente, así sea en los dedos de los pies, a que me zumbe pegado a la oreja, amenazante y jodedor. También prefiero que alguien me empuje sin reparos (ya después sabré que hacer) a que me espete: «Permiso ahí» con el desprecio adicional que porta en sí el vocablo «ahí». Escuchar esa palabrita detrás de algo tan sublime como el permiso, es como encontrar un guayabito en una olla de frijoles negros. Me desagrada muchísimo también la seudo cortesía de quien contesta el saludo sin contacto visual, porque la cortesía es mejor no ejercerla que ejercerla mal, o que practicarla a discreción y conveniencia.
Nosotros los cubanos tenemos ciertas formas de cortesía muy propias, impensables en casi cualquier otra región. Tal vez seamos los únicos que se han atrevido a sustituir el tiempo condicional de cortesía por el imperativo para realizar una petición. Sustituimos sin problema «¿Me podrías alcanzar el agua» o «