En la historia de Cuba, desde etapas anteriores a la conformación de la república en 1902, existen numerosos antecedentes que ilustran los intentos de posesión por los Estados Unidos sobre la Mayor de las Antillas debido a razones geoestratégicas, como resultado del vertiginoso ascenso económico, comercial e industrial del país norteamericano desde la primera mitad del siglo XIX.
De su interés colonial dan cuenta los múltiples intentos de compra de la Isla a España, incluida la famosa política de Fruta Madura promovida en 1823 por el secretario de Estado John Quincy Adams (1767-1848), el irreconocimiento de la beligerancia cubana durante la contienda independentista de 1868-1878, así como la intervención militar en el conflicto hispano-cubano que culmina con el traspaso a manos estadounidenses de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en 1898. Este hecho, es considerado como el primer conflicto imperialista de la historia, según los criterios del marxista ruso Vladimir Ilich Lenin (1870-1924).
La agresividad proveniente del gigante industrial hacia los territorios vecinos de Latinoamérica y el Caribe, resultó advertida por el político separatista y pensador republicano José Martí (1853-1895). En la cosmovisión de su proyecto nacional, la ruptura del vínculo de subordinación con España, acompañada de un proceso modernizador que garantizase la autonomía económica del país, constituía la forma más acertada de combatir el intervencionismo extranjero, en aras de preservar la soberanía.
La agresividad proveniente del gigante industrial hacia los territorios vecinos de Latinoamérica y el Caribe, resultó advertida por el político separatista y pensador republicano José Martí.
En sus preceptos, dicha propuesta sería realizable mediante el despliegue en los sectores populares, del liderazgo político conquistado por el mambisado revolucionario durante las etapas de lucha independentista. La conservadurización burocrática de la dirigencia insurgente, la muerte de las principales figuras de estratos humildes, racializados y populares, así como la intervención imperial de las tropas norteñas, tributaron al fracaso del anhelado proyecto de liberación.
A pesar de las narrativas producidas desde ciertas zonas del discurso ideopolítico, mediante la negación del carácter neocolonial a la que estuvo sometida la Isla durante su transcurso republicano, historiadores como: Enrique Collazo, Alberto Arredondo, Oscar Pino Santos, Jorge Ibarra Cuesta, Francisco López Segrera, Oscar Zanetti Lecuona, Marial Iglesias Utset y Alejandro de la Fuente, demuestran en sus aportes científicos las condiciones de sometimiento en que se encontraba el país desde su fundación como Estado nacional en 1902.
El sofisticado proyecto de dominación posindependentista bajo la dependencia de los Estados Unidos, se consolidó a través de múltiples acuerdos político-económicos que lastraban el desarrollo integral del territorio. Semejante patrón caracterizado por su deformidad, fue adoptado no solo mediante la imposición de tratados que perpetuaban un comercio desigual y dependiente, sino además mediante la ausencia de legislaciones enfocadas en la industrialización.
A lo antes dicho debe sumársele la baja productividad para la exportación de materias primas con valor agregado, el desinterés del funcionariado gobernante en diversificar la agricultura, así como la persistencia de la pobreza, la desigualdad y el analfabetismo; cuyo enfrentamiento resulta esencial para la sostenibilidad en el tiempo de un modelo de bienestar armónico.
La extensión durante décadas de semejante contexto se debió a la corrupción desplegada por la clase gobernante en alianza con los intereses de una burguesía comercial-importadora, indiferente a los potenciales de la industria, cuyos rendimientos tributasen a elevar las condiciones de vida del pueblo cubano.
La ideología plattista como heredera del anexionismo clásico
El ideario plattista promulgado por varios constituyentes, que tomaron parte en las discusiones previas a la aprobación de la Carta Magna de 1901, los convirtió en herederos de la tradición ideopolítica anexionista. Acorde a las ideas expuestas por el historiador Rafael Rojas en su obra Motivos de Anteo (2008), esta corriente surgida en el siglo XIX constituye una forma de asumir la nacionalidad por los representantes de la clase alta y media burguesa, pertenecientes a la élite blanca criolla. Sin embargo, uno de sus más encumbrados exponentes, Gaspar Betancourt Cisneros (1803-1866), refirió que lejos de ser un sentimiento político, se trataba de un cálculo.
Es posible encontrar en su membresía —como refiere Rojas— un conjunto de intelectuales que asumían una forma peculiar del patriotismo, inspirados en los valores republicanos y democráticos que dieron soporte fundacional a la revolución de las Trece Colonias. En cambio, otra gran parte de esa conjunción integrada por intelectuales, poetas y escritores, anhelaba la prolongación en el tiempo del régimen de esclavitud bajo la égida estadounidense; de modo que sorteara la rezagada condición económica de la metrópoli española, así como su ineficiencia burocrática en la administración política.
Fue el notable jurista y prolífico escritor José Antonio Saco (1797-1879), representante de la clase media oriental, quien como fiel discípulo del presbítero separatista Félix Varela Morales (1788-1853), se opuso de manera ferviente al anexionismo, por considerar que la cultura de la Isla sería absorbida por el gigante norteamericano, al tiempo que socavaría los principios autóctonos de la soberanía nacional. El pensamiento del ilustre bayamés fue retomado con vigor en libros, publicaciones y discursos, por la tradición nacionalista del pensamiento republicano que tuvo lugar entre 1902-1958.
Luego del triunfo revolucionario de 1959, el proceso de cambio reactivó los valores patrióticos de la sociedad cubana ante la hostilidad estadounidense. La efervescenc