Hay muchos libros que tratan el tema u otros parecidos, pero a mí el que me abrió la mente respecto a la naturaleza humana fue Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Ejemplos de distopías hay para citar durante varias páginas, pero el texto del portugués me puso frente a una realidad aparentemente exagerada y creíble y me sacudió la cabeza por un buen tiempo hasta que, claro, un buen día lo olvidé.
Volví a recordarlo en los días más duros de la pandemia, con las imágenes espeluznantes que mostraban cadáveres abandonados en las calles del mundo sin que nadie se atreviera a tocarlos, sin que nadie se acercara al menos a saber si en realidad estaban muertos o si aún respiraban. Era el «sálvese quien pueda» y aunque proliferaba también mucha solidaridad, era casi aprobado que existieran actitudes como la de abandonar a su suerte al otro, de mirar hacia el lado opuesto.
En algún lugar leí, hace un tiempo, que en las sociedades en las que existen regímenes totalitarios se desarrolla la disidencia o la delincuencia. En el artículo se explicaba que rara vez convivían en equilibrio las dos respuestas a los excesos del poder, que solía haber un desbalance que terminaba imponiendo una de ellas. En el caso de los países europeos donde antes existió el socialismo, los ciudadanos lograron, en casi todos los casos, articularse para organizar un sistema de pensamiento y una estrategia que los ayudara a cambiar el Gobierno. No es que no hubiera desacuerdos, guerras por el poder, discusiones, pero, al final, lograron unirse para conseguir el objetivo común que era el de derrocar los sistemas que habían fallado totalmente en su propuesta y en su ejecución.
Una articulación así en Cuba no sucede. Desde hace años tenemos entre nosotros varios grupos de oposición. Algunos son más conocidos y otros han sido emergentes y luego se han desvanecido; pero lo cierto es que, como lo veo, no han logrado concebir una propuesta en común y establecer una estrategia para presentar una alternativa al desgobierno que desde hace mucho es el que rige cada lugar de este país que pareciera haber sido olvidado por Dios.
Uno de los resultados más evidentes del colapso total de Cuba es, entonces, el aumento tremendo de la delincuencia en las calles y la violencia sostenida a la que nos vemos sometidos a cada paso.
No puede ser de otra manera en un lugar del mundo donde el Estado es el primero en actuar sin ley, sin orden y sin respeto a los derechos mínimos de sus ciudadanos. No puede ser de otra manera en un país donde sus habitantes no pueden disentir de las decisiones que tome el poder; donde alzar la voz es penalizado; donde exigir el más mínimo de los derechos puede traer como consecuencia ir a dar a la prisión; donde, además, se incrementaran las penurias, los maltratos de todo tipo, el hambre, la desidia, la insalubridad.
Por mucho tiempo, uno de los eslóganes más conocidos acerca de Cuba ha sido que es el sitio más seguro del mundo. Se decía que en las calles había paz, que no importaba la hora del día o de la noche, que era posible caminar sin ser molestado, sin ser agredido. Hace mucho que no es así.
He tenido la desagradable experiencia de vivir el ataque a un familiar muy