Carabobo, Venezuela.–¿Cuán oprimido estaría el corazón de un hombre para que ponga «rodilla en tierra», listo para atacar sin miedo a la muerte y recibir los balazos de quienes lo han sometido por años?
La formación que asumieron los soldados bajo el mando de José Antonio Páez, en la Batalla de Carabobo, les dio la oportunidad de recargar sus fusiles y, al mismo tiempo, servir de escudo para el resto de la tropa.
Muchos de esos quijotes, que en el primer cuarto de hora del enfrentamiento ya habían cambiado el curso de la historia venezolana, ofrendaron su vida en la decisiva cruzada.
El 24 de junio de 1821, por primera vez uniformados, cargando piedras y lanzas de tres metros de altura y dos kilogramos, y apertrechados con más valor que artillería, Simón Bolívar y sus hombres derrotaron al Ejército Realista que esclavizaba a esta tierra sudamericana.
Durante aproximadamente una hora, en la sabana de Chaparral se desarrolló una de las batallas