Es difícil reparar en las flores cuando la cotidianidad apremia.
Es difícil, muy difícil, deleitarse con sus colores, cuando la realidad a su alrededor no invita a recrearse. Cuando es el gris el que predomina en las calles y el ánimo de la gente.
Es casi imposible, puede llegar a serlo, levantar la vista del suelo, de los problemas del día a día, del empeño en la supervivencia, para mirar por un momento al cielo.
O, incluso, mucho más cerca, a la copa de los árboles, a sus ramas florecidas.
Los cubanos no vivimos, ni por asomo, un buen momento. Son muchos los agobios, las dificultades, muchas las preocupaciones y la desesperanza.
La economía que no levanta, la inflación que no da respiro, el dólar que se dispara luego de una sorpresiva caída, los apagones que oscurecen mucho más que las casas y las calles, los familiares y amigos que se van día a día…
Pueden ser muchas las razones para no levantar la vista. Para concentrar la mirada y las fuerzas en lo inmediato, en las necesidades más perentorias, en el más estrecho ángulo de la existencia.
Pero los arboles florecen.
La primavera sigue llegando, aun con los problemas y zozobras, y no solo a los jardines y veredas, sino también a las ramas más altas; aunque no las miremos. Aunque sea el lente del caminador Otmaro Rodríguez quien este domingo nos lo recuerde. Y revele sus flores.