Con la caída de la urss y la desaparición del campo socialista en Europa del Este, las grandes potencias capitalistas vieron ante sí la oportunidad de adueñarse, sin oposición, de los mercados y las riquezas del planeta.
Estados Unidos quedaba como el gran hegemón de un mundo unipolar, basado en reglas impuestas por ellos, el pueblo elegido por Dios, protector y defensor de la legalidad, la libertad y la democracia.
Por aquellos años, Francis Fukuyama proclamaba en su libro El fin de la historia y el último hombre, la victoria del capitalismo, mientras los tanques pensantes del imperio creaban nuevas estrategias de guerra para vencer a sus adversarios en todos los «oscuros rincones del mundo».
Teorizaron y llevaron a la práctica dos maneras de hacerlo: mediante el uso del poder abrumador de la tecnología y la fuerza, causando «conmoción y pavor», o mediante las guerras asimétricas.
Institutos como el Albert Einstein, organización «fundada