Justo después de licenciarse en Veterinaria por la Universidad Agraria de La Habana, Viacheslav Eduardovich Zenkov –conocido como el Ruso, pero nacional de ningún lugar– se dirigió a las oficinas de Inmigración y Extranjería de Matanzas primero y de la capital después, para intentar obtener la ciudadanía cubana. Su madre, Liudmila Zenkova, había llegado a Cuba en octubre de 1989 casada con Miguel García Aneiro, cubano, con el pequeño Viacheslav de tres años de la mano y su hija en la panza. Venían de la República de Kirguisia, una de las que conformaban la URSS, y en sus papeles oficiales constaba, como nacionalidad, la soviética.
En 2010, cuando se cumplían 19 años de la dimisión de Gorbachov como presidente de la URSS, y 21 de la llegada de los Zenkov a la Isla, Viacheslav decidió que era hora de reclamar lo que tanto él como su madre consideran un derecho. La respuesta que obtuvieron se repetiría en varias instancias, porque la ciudadanía cubana, les dijeron, “solo se le ha hecho a Máximo Gómez y al Che”.
Cada vez que necesitaban renovar sus carnés de residentes permanentes, en la casilla que marca “ciudadanía”, el funcionario de turno escribía indistintamente “rusa” o “kirguisa”, de acuerdo con lo que Viacheslav declarara en las planillas. Sin embargo, él prefería, mientras no le fuera otorgada la ciudadanía cubana, que en esa casilla se leyera “apátrida”.
Nunca le concedieron esto último y, en cuanto a lo primero, deberían pasar antes 12 años de trámites, cartas, entrevistas, abogados, amigos y cansancio para que Viacheslav –solo Viacheslav– fuera reconocido, ante la ley, como ciudadano cubano.
Viacheslav, el Ruso
El Ruso me recibe en su casa de El Vedado una mañana de septiembre. Mientras espero por el café, un perro gigante se me acerca y olisquea mis manos. Huele a viejo, a animal de la intemperie. Los ojos, como dos charcos de agua, piden una caricia.
—Lo acabamos de rescatar –me dice.
El apodo de Ruso viene desde pequeño; no le he preguntado si le molesta, si hubiese preferido que todo el mundo aprendiera a pronunciar y escribir su nombre, o si le hubiese gustado adoptar uno en español. Porque el Ruso no es ruso. Nunca lo fue.
—La gente empieza diciéndome Ruso y cuando nos hacemos amigos entonces me dicen Slavik.
Más bien “Eslavi”, una pronunciación más cubana. Como él. La ciudadanía soviética que, luego de la desintegración de la URSS a inicios de la década de 1990, siguió apareciendo en sus documentos de residente permanente en la Isla era, a efectos de la ley, falsa.
—Yo asumo que tengo que tomar medidas en la universidad, cuando estaba en tercero o cuarto año. Vivía con muchos extranjeros, latinoamericanos sobre todo, y de pronto uno empieza a pensar: si voy a salir alguna vez del país, si viene algún evento…
También pensó: “nada, se derrumbó el campo socialista y no se han puesto de acuerdo todavía”; en algún momento será fácil hacerse ciudadano cubano o ruso o lo que sea. Nunca se imaginó que fuera tan complicado.
Un profesor le sugirió que, en cuanto se graduara, comenzara a hacer gestiones para obtener la ciudadanía cubana. Esa fue la “primera ola”, como le ha llamado a cada etapa de intentos.
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Ante la negativa que recibiera en las oficinas de Inmigración y Extranjería en ese primer momento, se dirigió a la embajada de Kazajistán, a través de la cual se gestionaban las relaciones diplomáticas de Kirguistán, el país donde nació. Allí, el cónsul le explicó que para obtener la ciudadanía kirguisa, Slavik tenía que irse a vivir, al menos un tiempo, a Kirguistán. Si Slavik quería, el cónsul podía escribirle un salvoconducto para que viajara allá sin pasaporte, pero los requisitos también incluían entonces hablar el idioma y tener algún dinero en el banco. Slavik no cumplía ninguno de ellos.
—Después de esa negativa de Kazajistán, y de Cuba, me di cuenta de que era una cosa seria. Yo pensé que era falta de trámite de mi mamá y en gran medida se lo reprochaba en plan: “no hiciste lo suficiente, yo estoy en esta situación por tu culpa”. Uno cae en esa trampa, porque es una trampa, de culpabilización.
Unos años después, cuando había decidido emigrar con su pareja de entonces a Canadá, se repetiría la historia. Reunieron todos los papeles que necesitaban hasta que llegó el momento de presentar un documento de viaje. Slavik explicó por qué no tenía pasaporte y aseguró que Cuba podía expedir un “documento de identidad y viaje” con el que podría llegar a Canadá. Pero para que esto fuera aceptado, le dijeron, debía primero demostrar que no podía hacerse ciudadano ruso, ni kirguiso, ni cubano. Esa evidencia tampoco le fue concedida y los trámites quedaron marcados como la “segunda ola”.
En una carta al departamento jurídico de la Dirección de Inmigración y Extranjería, fechada el 28 de mayo de 2012, cuyo objetivo no es otro que solicitar se le inicie el proceso de obtención de la ciudadanía cubana, Slavik resume la historia de su llegada a la Isla a unas cuantas líneas y luego pone:
“Desde entonces, en mi condición de residente permanente, he vivido como cubano, sintiéndome cubano pero sin poder hacer valer esta condición legalmente. Estudié como todos los ciudadanos cubanos, y me gradué en el 2009 como doctor en Veterinaria (…) y estoy casado con una cubana.
“Desde que alcancé la mayoría de edad, he estado intentando adquirir, sin éxito, la ciudadanía cubana, pues, como expliqué antes, pienso y me siento cubano y necesito, tanto moral como legalmente, el status [sic] que me permita ejercer todos los derechos ciudadanos y poseer un pasaporte que me dé la posibilidad de participar en eventos profesionales en el exterior y, en el caso de mi madre, visitar a sus familiares (…).
“Por los motivos expuestos y otros de carácter afectivo y espiritual es que insisto en mi solicitud y me dirijo a esta instancia con la esperanza de una respuesta positiva”.
Silencio, fue todo lo que recibió por respuesta.
Del francés apatride
Según la página del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el derecho internacional define al apátrida así: “una persona que no es considerada como nacional suyo por ningún Estado conforme a su legislación”. Es decir, personas que no poseen la nacionalidad de ningún país. Las implicaciones que a menudo se asocian a la apatridia están relacionadas con la privación de derechos básicos como identidad legal, acceso a la educación, la salud, el matrimonio, oportunidades laborales, adquisición de propiedades o el libre movimiento al no tener documentos legales.
Entre las causas más frecuentes de la apatridia en el mundo, el ACNUR lista la discriminación por raza, etnia, religión, idioma o género; las lagunas en la legislación en materia de nacionalidad; el desplazamiento del país en el que se haya nacido; la aparición de nuevos Estados y las modificaciones de fronteras; entre otros.
En noviembre de 2014, el ACNUR lanzó #IBelong (#YoPertenezco), una campaña que pretendía poner fin a la apatridia para 2024. Se trazó entonces el Plan de Acción Mundial para Acabar con la Apatridia a partir de 10 acciones que debían ser puestas en marcha por los Estados en pos de resolver y prevenir el surgimiento de otros casos de apatridia en sus territorios. Las diez acciones son: 1) resolver las principales situaciones existentes de apatridia; 2) asegurar que ningún niño nazca apátrida; 3) eliminar la discriminación de género en las leyes de nacionalidad; 4) prevenir la denegación, pérdida o privación de la nacionalidad por motivos discriminatorios; 5) prevenir la apatridia en los casos de sucesión de Estados; 6) conceder el estatuto de protección a los migrantes apátridas y facilitar su naturalización; 7) garantizar el registro de nacimientos para prevenir la apatridia; 8) expedir documentación de nacionalidad a aquellos con derecho a ella; 9) adherirse a las Convenciones de las Naciones Unidas sobre la apatridia; y 10) mejorar la calidad y cantidad de los datos sobre las poblaciones apátridas.
En datos recogidos por el informe Tendencias Globales de Desplazamiento Forzado en 2019, hasta finales de ese año existían 4,2 millones de apátridas en 76 países, incluidas personas de nacionalidad indeterminada. Se estima que, en esa misma fecha, 81.100 apátridas de 26 países adquirieron una nacionalidad, mientras que en la última década la cifra se acerca a las 754.500 personas que han sido reconocidas como ciudadanas de algún país.
La Convención sobre el Estatuto de los Apátridas, adoptada en Nueva York en 1954, es considerada el convenio internacional más completo sobre el tema. Este define los principales conceptos y establece disposiciones generales para garantizar derechos a las personas en situación de apatridia. Por su parte, la Convención para reducir los casos de apatridia, adoptada en 1961, constituye el único tratado internacional diseñado para prevenir el surgimiento de casos de apatridia. Hasta la fecha, 98 países se han adherido al primero y 80 al segundo, con cerca de 20 naciones comprometidas a unirse en 2024. Cuba no se encuentra entre ellas.
Irina*
Llegué a este país con mi hijo en 1989, casada con un cubano y embarazada de mi hija que después nace en Cuba. El primer reto es el idioma, yo no sabía español, y la cultura un poqui