Todavía –65 mayos después– en los lomeríos que «abrazan» en la Sierra Maestra a la Comandancia Rebelde en La Plata, se suele hablar con orgullo singular y un brillo en la mirada de aquel día memorable en el que una firma simbólica selló para la historia de un país uno de sus más hermosos logros: el derecho de los campesinos a ser dueños de la tierra que cultivaban.
Cuentan que esa jornada del 17 de mayo de 1959 el guateque de la campiña no nacería del canto montuno y acordes musicales, sino de los rostros agradecidos, las pupilas asombradas y hasta de las lágrimas compartidas de quienes fueron testigo del momento en el que Fidel –entonces Primer Ministro– rubricara sobre una modesta mesa, la primera Ley de Reforma Agraria.
Con ella la naciente Revolución