Mi padre solía almacenar cientos de casetes de música en unas gavetas, mientras que sus discos de vinilo ocupaban un estante. Tanto unos como otros estaban meticulosamente colocados y organizados. Etiquetaba las cajas plásticas con números y añadía la misma información en las esquinas de las portadas de cartón de los LP, en correspondencia con una lista detallada en la que anotaba autor, nombre del álbum, año de lanzamiento y país. Recuerdo con claridad el disco número 8: Comienzo y final de una verde mañana, de Pablo Milanés.
Sólo mi papá podía “andar” en sus discos. Era todo un ritual. Extraía el vinilo con extrema precaución de su funda de cartón y nailon protector, pasaba una gamuza para eliminar cualquier rastro de polvo y, con la solemnidad de quien coloca una joya en un altar, lo ponía en la bandeja del tocadiscos. Lentamente, posicionaba la aguja sobre el primer surco y las notas de un piano llenaban la habitación. La introducción de aquel disco de Pablo se reconocía de inmediato.
Con los años, la escena ha permanecido en mi mente cada vez que vuelvo a escuchar el álbum. Incluso cuando lo tuve en formato CD y ahora, remasterizado y a través de una plataforma digital, siempre visualizo a mi padre en su ritual.
Haciendo cálculos, Comienzo y final de una verde mañana celebra este año cuatro décadas desde su lanzamiento, ocurrido a finales de noviembre de 1984. Por tanto, tuve el inmenso placer de presenciar en mi casa, a la edad de 3 años, el estreno de uno de los álbumes más fabulosos de Pablo.
En el ámbito discográfico, la década de los 80 fue excepcionalmente prolífica y versátil para Pablo Milanés. Repasemos apenas la primera mitad.
***
Todo comenzó en 1980 con la publicación del primer volumen de Años, en colaboración con Luis Peña, también conocido como El Albino, un destacado intérprete del tres cubano. En este álbum, que desafía el paso del tiempo y el concepto de “antiguo”, se entrelazan canciones tanto del joven trovador Milanés como de figuras como Matamoros, Manuel Corona o del propio Albino.
El mismo año vio la luz Pablo Milanés canta a la Resistencia Popular Chilena, con colaboraciones destacadas como las del pianista Emiliano Salvador y el trovador Mike Porcel.
En 1981 se lanzó el disco El pregón de las flores, en colaboración con Lilia Vera, una de las voces destacadas del folclore venezolano. Además, ese año se publicó Filin, donde Pablo interpreta temas icónicos de tres de los más grandes exponentes de ese movimiento: José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz y Marta Valdés.
En 1982 sale Pablo Milanés canta a Nicolás Guillén, además de Yo me quedo, que incluye temas como “Yolanda” y “Amo esta isla”.
En 1983, llegó “El Guerrero”.
En 1984, se publicó Comienzo y Final de una verde mañana, además del disco Pablo Milanés ao vivo no Brasil, con un invitado muy especial: Chico Buarque.
En 1985 Pablo grabó Querido Pablo, un álbum doble en el que comparte a dúo sus canciones con destacados artistas como el propio Buarque, Mercedes Sosa, Ana Belén, Víctor Manuel, Miguel Ríos, Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez.
Bien podríamos detenernos en cada uno de esos discos y habría material para un libro. Así que volvamos a Comienzo y final de una verde mañana, a propósito de su aniversario cerrado en 2024.
Es un disco de mucha importancia. Grabado en los legendarios estudios de la Egrem, en la calle San Miguel No. 410, Centro Habana, Comienzo y final de una verde mañana fue lanzado en Cuba en noviembre de 1984 bajo el sello Areito. Su distribución se extendió a otros países a principios de 1985, incluida Colombia, donde fue manufacturado y distribuido por ORBE LTDA; en México y en Argentina bajo el sello Polydor y distribuido por Polygram; en Venezuela con Sonográfica y, en España, a través de Ariola.
En Chile salió en formato de casete con Alerce, un sello discográfico independiente (una curiosidad: esa edición salió con el nombre de El breve espacio en que no estás).
La portada de la primera edición de Comienzo y final de una verde mañana muestra a una joven de mirada y gesto tiernos, sentada delante de una ventana de vitro a través de la cual entra una luz suave. En la contraportada, el trovador aparecía retratado de cuerpo entero, iluminado por una luz natural, en el bosque de La Habana. El diseño estuvo a cargo de Toni Gayán. Las fotografías fueron tomadas por Livio Delgado, quien más tarde se convertiría en uno de los directores de fotografía más destacados del cine cubano, galardonado con el Premio Nacional de Cine en 201