Conocedor de los peligros que amenazaban a la futura república democrática, objetivo de su obra mayor, José Martí combatió todo cuanto pudiera descomponer desde dentro el entramado social, y con firmeza expuso: «a nuestras almas desinteresadas y sinceras, a nuestras almas que son urnas, que son espadas, que son altares, no llegará jamás la corrupción!».[1]
Esta constituye un enorme peligro interno contra la democracia: «iCuánto cómplice encuentra la tiranía en la corrupción, en la ambición y en el miedo!».[2] Su generalización ataca las bases no solo del presente sino del futuro de la sociedad, al degenerar las virtudes: «La corrupción y la miseria están hiriendo mortalmente la dignidad de nuestros hombres y la pureza de nuestras mujeres». [OCEdC, t. 6, p. 180]
La capacidad de previsión le permitió avizorar riesgos futuros, cuando en la República se manifestaran instintos espurios de los arribistas, por lo que anotó que las deudas de gratitud no las olvidaría nunca, «pero consideraría un robo pagar estas deudas privadas con los caudales públicos, y envilecer el carácter de los empleos de la nación hasta convertirlos en agencias del poder personal, y en paga de servicios propios con dinero ajeno». [OC, t. 21, p. 408]
La capacidad de previsión le permitió avizorar riesgos futuros, cuando en la República se manifestaran instintos espurios de los arribistas.
Los principios éticos deben orientar todos los actos de quienes pretenden dirigir la sociedad, particularmente cuando se trata del manejo de fondos públicos: «Del dinero, se ha de ver desde la raíz, porque si nace impuro no da frutos buenos, hasta el último ápice». [OC, t. 1, p. 453] Por tanto, constituye una obligación ejercer la vigilancia cotidiana sobre todos los recursos y quienes los manejan.
Para llevarla a cabo, el Apóstol concibió el procedimiento adecuado, conforme a objetivos democráticos: la participación de las masas en el control de los funcionarios encargados de percibir y distribuir los recursos, la supervisión popular sobre la actuación del gobierno, para impedir el desarrollo una burocracia improductiva con intereses particulares, capaz de entorpecer la justicia social, nueva especie de propietaria que haga imposible el desarrollo del sentimiento de pertenencia colectiva de lo que debe ser del dominio de todos.
El Maestro precisó la relación entre la corrupción y los funcionarios que la propiciaban, por lo que enfrentó esta práctica antipopular para que «no entre en la sangre de la república la peste de los burócratas», [OC, t. 5, p. 405] pues «la vida burocrática tenémosla por peligro y azote», [OC, t. 1, p. 479] cuyos integrantes se convierten en una casta que defiende sus privilegios, al devenir en políticos de oficio tras permanecer durante largos períodos en el ejercicio de cargos a los que acceden sin compromisos con un proceso electoral en el que decidan las masas populares, sino con los miembros de una élite autoritaria: «Todo poder amplia y prolongadamente ejercido degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las cábalas, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas. Las castas se entrebuscan, y se hombrean unas a otras». [OCEdC. t. 17, p. 31]
Los métodos martianos para combatir la corrupción, para su efectivo ejercicio, no pueden coexistir con lo que hoy denominamos secretismo. En sus meditaciones sobre el insoslayable procedimiento de divulgar los resultados y las dificultades de la labor colectiva para el bien de todos, el Maestro anotó: «Acaso tenemos tantos [enemigos], porque no hemos hablado con toda claridad. […] Solemos envolvernos en el misterio, aludir a fuerzas vagas, apoyar nuestros párrafos en reticencias respetables a veces, y a veces no». [OC, t. 22, p.93.]
Los métodos martianos para combatir la corrupción, para su efectivo ejercicio, no pueden coexistir con lo que hoy denominamos secretismo.
Pero cualquier procedimiento se torna inútil si se tienden velos de misterio sobre la ejecutoria cotidiana de quienes asumen tareas de dirección, quienes deberían ser ejemplos de honestidad, a diferencia de los corruptos, identificables por su incapacidad para justificar coherentemente su modo de vida ajeno al del pueblo del que dicen formar parte.
Martí fue paradigma de austeridad: vivía con una modestia rayana en la pobreza, carecía de propiedades, residía en casas de huéspedes o en el hogar de algunos amigos, aunque recibía cientos de dólares mensualmente por concepto de cuotas y donaciones, generalmente sin mediar recibos o vales.
Concibió la honradez como un fundamento