Foto Cortesía de la entrevistada
Mayra Reyes Peña, mujer que desprende firmeza y resistencia en todo momento, trabajó en el cementerio San Francisco durante 13 años. La encontré en un lugar localizado en las inmediaciones del municipio de Urbano Noris, mientras investigaba con los vecinos dónde vivía el sepulturero de la zona, conocido como “La Barba”. Me indicaron que en la tercera casa, antes de llegar al camposanto. Tras dos toques, la puerta de una casa muy pequeña y humilde es abierta por una mujer encantadora.
Pregunté por “La Barba”. Responde que no se encuentra en la casa, que ella es su esposa, pero me sorprende la confesión siguiente: “Actualmente mi esposo es el encargado del Campo Santo, pero yo ejercí esta profesión durante 13 años. Puse en ello toda mi energía, a pesar de que mis padres me educaron para ser ama de casa y no para ejercer la profesión de sepulturera”.
La pasión con que habló sobre la que fue su profesión, me despertó el interés por conocer más sobre ella, que lo dio todo por el lugar sagrado donde descansan personas muy queridas. Su trato es amable, respetuoso: “El tiempo en el camposanto tiene otra dimensión; con el paso de los años, las piedras que me hicieron tropezar para el desarrollo de la labor y en la vida personal me adoctrinaron con la serenidad necesaria para seguir luchando”.
Cuenta que la propuesta de su esposo la sorprendió: “En ese entonces era él quien ejercía el oficio, pero le llegó la oportunidad para trabajar como recogedor de desechos sólidos. Fue cuando me propuso empezar en el camposanto, por el conocimiento que había agigantado mientras lo ayudaba en su jornada laboral”.
“Recuerdo aquel día, pensé que era ironía de Gilberto, así se llama mi esposo, cuando de repente me pidió que comenzara a trabajar como sepulturera. Lo tomé como un chiste, pero luego me percaté de que lo decía con suma seriedad. Me sentí llena de energía porque soy de esas personas con necesidad de trabajar siempre, de tener su ingreso personal. La economía no nos acompañaba en ese tiempo. Ver de cerca todo el desarrollo de este oficio hizo que lo asumiera como tributo a aquellos que dejaban la vida, era importante y decidí ejercer, sin que importaran los tabúes que rodean la sepultura”.
Mayra puede ser comparada con una guerrillera, me describe su trabajo, también como una labor engorrosa y ardua: “Era ‘lioso’ estar allí sola, a veces me sentía atosigada porque no contaba con la robustez necesaria para bajar las cajas con los cuerpos que no tenían vida, mi esposo, cuando no se encontraba en el desempeño de su labor, me tendía una ma