Al rosario de incoherencias «memescas» del panorama político cubano se suma el XII Congreso de la ujotacé. Llega el evento carismático de jóvenes revolucionarios, con una decoración de colores pastel que recuerda lo mismo a los hippies de los años sesenta, que a la paleta de colores de Barbie. Acompañados por una presidenta que durante su concluido mandato parecía más preocupada por estrenar «modelitos» al estilo de la muñeca de Matel —impagables con un salario estatal—, que por abordar los problemas de los jóvenes a los que decía representar.
En el Congreso, los delegados repetían una y otra vez: seguimos el legado de Fidel, la culpa la tiene el bloqueo, venceremos a los contrarrevolucionarios. El repertorio llega antes de, por aburrimiento o costumbre, levantar la mano en votaciones unánimes, con un entusiasmo desmedido en tono con el eslogan que no representa —me atrevo a decir— a la mayoría de los cubanos, ni siquiera a la mayoría de los jóvenes cubanos.
Mientras estamos en récord de cifras de migrantes y con una tremenda escasez, el eslogan del Congreso de los jóvenes ¿comunistas? fue: «Crea tu felicidad». Podría decirse que es casi un chiste para estar a sintonía con tiempos donde la felicidad parece radicar en irse de Cuba, y no precisamente en quedarse para acompañar el trabajo de ninguna organización de masas.
Podría decirse que es casi un chiste para estar a sintonía con tiempos donde la felicidad parece radicar en irse de Cuba.
Ahora, centremos nuestra atención en la composición gramatical del lema en cuestión: «Crea tu felicidad». Se trata de una oración compuesta por un sujeto implícito (tú), una forma verbal en segunda persona del singular del presente, del modo imperativo (crea) y un complemento directo (tu felicidad). La oración deja entender que se trata de una felicidad individual, que debes construir por ti mismo. Ya no hablamos de una felicidad colectiva y socialista, donde nos importa el problema del de al lado, donde desde la política pública se crean condiciones para una igualdad de puntos de partida, que, si bien su confusión con igualitarismo pasó factura por exceso durante la Revolución, ahora se esfuma cada día más.
Si hablo de Revolución como si del pasado se tratase, en contradicción con el discurso de continuidad nuevamente enarbolado en este Congreso, es porque, más allá del tono con que he decidido enfrentar este comentario, mi razonamiento se dirige a una zona un tanto más lamentable. El Congreso y las declaraciones del presidente de la República —a las que me referiré más adelante— llegan en un contexto de precariedad extrema para el pueblo, que se