Prolegómeno
En el mes de febrero del 2018, ante la infortunada persistencia de expulsiones a profesores/as e investigadores/as de universidades e instituciones cubanas, especialmente ante «casos» organizados de forma caótica y cinematográfica en contra de profesores y estudiantes al interior de la Universidad de Camagüey, decidí manifestarme. Lo hice a través de este texto, que dirigí a la dirección de mi núcleo de base del PCC y el Comité del PCC en la Universidad de Camagüey. También me animaban mis observaciones, el estudio y la experiencia de 20 años en instituciones y organizaciones cubanas, de ellos 15 años como militante del PCC.
Durante dos meses circuló entre bambalinas mi texto por las estructuras partidistas de la universidad y allende a esta, fue enviado a discreción a los directivos de la institución, para colocarlos en alerta y potencializar el clima de «sospechas» que ya se cernía sobre mi persona hacía tiempo, por «protestón» y «leguleyo». Se rumoraba por los «pasillos» de la universidad que sería «analizado» en alguna reunión donde vendría «la provincia». Por fin, la respuesta concreta fue lacónica y sutil. En un ambiente tenso de una reunión del núcleo del PCC al que yo pertenecía, se colocó la cuestión de mi escrito como uno de los últimos puntos, y al llegar ese momento no se abrió a debate mi texto, solo se informó que se habían recibido «ciertos criterios» de mi persona y que estarían siendo «considerados».
Este escrito lo considero la asunción definitiva de mi cualidad como sujeto político, con sus desafíos, satisfacciones y pesares. También fue el motivo de tres años después ser obligado a renunciar a mi condición de profesor en Cuba, negarme las autoridades de la Universidad de Camagüey mi acceso al título de doctor en educación por Cuba, y ser separado de las filas del PCC por «hipercrítico a la Revolución» con la respectiva hostilidad y asedio social y profesional. Ellos, los burócratas antirrevolucionarios de siempre, se consideran «la Revolución» y actúan como sus intérpretes. Este es un texto escrito con alma, mente y corazón, y con todavía la esperanza real de que era posible transformar las estructuras, las mentes, las realidades de ciertos funcionarios decisores.
Este escrito lo considero la asunción definitiva de mi cualidad como sujeto político, con sus desafíos, satisfacciones y pesares.
Pasados seis años ya no estoy físicamente en Cuba y tampoco creo que determinados personajes de la política partidista e institucional cubana tengan la capacidad y/o la voluntad para «cambiar lo que deba ser cambiado». No obstante, en nada me arrepiento de escribirlo y asumirlo; hoy lo comparto porque sigo creyendo firmemente que la política, la sociedad y el futuro de Cuba no le pertenecen a «alguien» ni a «algo», que rebasa cualquier reduccionismo o extremismo infeliz de moda. Por lo cual es indispensable hacer circular ideas, discutir perspectivas, así como ser coherentes con las prácticas ciudadanas y democráticas que hemos asumido dentro y fuera de Cuba. No permitamos que el sujeto político participativo y democrático muera dentro de nosotros, para dar paso al tirano individual dispuesto a ahogar, con sus propias manos, cualquier vestigio de humanidad y equilibrio.
I Parte
Corren tiempos difíciles, complejos, que considero esperanzadores y también definitorios. Nos encontramos de cara a una reforma constitucional que trasciende lo político-jurídico e impactará en lo más recóndito de la base material y espiritual de la nación. A la par de una ampliación participativa admirable, se intensifican una serie de tensiones, vulgarizaciones, tergiversaciones y hechos a los cuales debemos prestar especial atención.
Hoy más que nunca se debe hacer una profunda revisión en los métodos de educación política que se utilizan, encontrar formas de intercambio con la diferencia y el diferente que permitan confluir, sin convertir las diferencias lógicas en antagónicas. Este texto tiene como base mi perspectiva personal, pero también incluyo el análisis de hechos, tendencias de pensamiento y prácticas cotidianas. No pretendo ensayar respuestas ahora, prefiero interpelar (me), sintetizar ideas, referenciar autores puntuales, sin extenderme en diatribas teóricas innecesarias.
Aun cuando vivimos acosados por el país más poderoso del mundo, me pregunto si es legítimo que también por ineficiencia nuestra en la educación política e ideológica, no quede otra alternativa que excluir ideas y personas. En ocasiones noto que los argumentos que se exponen para censurar son insuficientes, mediocres, mal esgrimidos. Por otro lado es patente la escasa labor política-ideológica mediante la discusión individual y colectiva franca, con altu