Sentado en el contén del barrio, con la espalda pegada al poste, espero que pasen las horas, el calor y la vergüenza de esta noche a oscuras. CarlitosMal, o Jotafinley, como le decimos desde chamas, llegó un rato después y se sentó al lado mío sin decir ni una palabra… Total ¿para qué? Una palabra no dice nada, y al mismo tiempo lo esconde todo, cantó el otro Carlitos, el Varela, y nosotros ya aprendimos que la quejita a nivel de CDR, uno con otro ahí, es por gusto; hazme caso.
Así que seguimos tranquilos, tratando de encontrar en lo oscuro algo donde fijar la vista. Pero lo único que logramos ver es que estos apagones son la continuidad de aquellos de 1994. Es increíble. Entonces siento una columna de aire a mi alrededor:
—Como si fuese poco, llegaron los bichos —le aviso a Carlitos̶̶̶—. Lo tengo posado en el cuello, en el mismo medio de la cicatriz.
Noto la presión de sus seis patas y el olor que emana de la totalidad de su ser repugnante. Se mueve despacio. Me acerca la trompa.
—Ahora me va a picar. Es un mosquito.
—No fastidies, brother —me responde Jotafinley̶̶̶—. Eso mide menos de diez milímetros, si es de los grandes, y no pesa nada.