Anoche soñé que me despertaba en un pasillo larguísimo, todo blanco, sin puertas ni ventanas, y veía pasar a personas ataviadas con túnicas también blancas y la vista perdida. No hablaban, pero portaban carteles en los que se leían mensajes como: «950 y no lo bajo. Precio final», «no tengo domicilio, tienes que venir tú» y «ola veve ke ase. En el sueño me asusté mucho: desesperado, agarré por la mano a un tipo que pasaba y le pregunté dónde estaba. «Tranquilo brode, tranquilo. Estás en El Privado».
No es casualidad un sueño así. Vivimos tiempos extraños, en donde todo el mundo vende algo, donde solo los expertos pueden diferenciar una venta de garaje de una buena tanda de ropa puesta a secar, y donde ya no es mala educación taladrar con la vista la bolsa de compra de alguien que pasa cerca para extraer información.
Estamos aprendiendo de mala manera a hacer negocios, ahora que hay una rendijita y que ser asalariado del Estado sin robar, equivale a morirse de hambre. Somos un pueblo al que no se le olvidó un cuentapropismo saludable, sino que se lo hicieron olvidar, extirpándolo sin anestesia, satanizándolo en el proceso. Ahora que nos hace falta sacar la cabeza y respirar, porqu