LA HABANA, Cuba.- “Trabajo en una clínica para personas mayores. Mi función allí es recogerlas en su casa, llevarlas a la clínica y regresarlas; llevo haciendo esto durante los últimos 14 años. Y resido en Miami. Desde que llegué a Estados Unidos vivo en Miami, y de Miami no me voy para ningún lado”.
René Arocha me habla con una mezcla de humildad y autoconfianza. Cada pregunta mía recibe una respuesta natural, fluida, fácil, salida de la sencillez de un oriundo de Regla y la seguridad del hombre que acaba de cumplir sesenta años pletóricos de hazañas.
Hay tres sueños que todo pelotero nacido en La Habana quiere alcanzar un día, y esos sueños son ponerse la camiseta de Industriales, llegar al team Cuba y salir a los diamantes de las Grandes Ligas. Arocha consiguió los tres, salpicando el proceso con matices que lo transformaron de ídolo deportivo en bandera política.
Cuando uno mira atrás, el recuerdo le trae al pitcher de mejor repertorio en la exquisita pelota nacional de los ochenta. El que lloró de pública impotencia al ser sustituido por error del mánager en un partido trascendente. El que siempre lidió con la misión de lanzar choques apretados porque su equipo no producía carreras cuando él estaba en el montículo.
Yo le tenía fe ciega. Disfrutaba la parsimonia con que Arocha destruía a los contrarios, y alguna vez entré al Latino con la única ambición de lograr que me firmara un viejo guante. Esa vez no pudo ser, y tampoco en adelante: a los meses, en julio de 1991, el derecho se convirtió en el primer pelotero que escapó de un equipo Cuba en el exterior.
“El único que sabía que yo iba a quedarme era Euclides Rojas”, contó en el documental René Arocha, el Jackie Robinson cubano. “No solo era el único jugador, sino también la única persona que lo sabía. Ni siquiera mi familia estaba al tanto”.
En Cuba, por supuesto, lo llamaron “traidor”. Sordo a las ofensas, el reglano prosiguió su camino, esquivó alguna piedra, saltó un charco, y he aquí que en algún punto se encontró con las Ligas Mayores del Béisbol a través de los Cardenales de San Luis. Entonces le añadió nuevos capítulos a una novela donde él, acaso sin habérselo propuesto, es el héroe que abrió todas las puertas.
Hoy, después de aparcar la furgoneta donde se gana el pan, me regala una entrevista que compensa el autógrafo imposible de aquella tarde en el Latino.
—Te tocaron los años más hermosos del béisbol cubano. ¿Cuántos jugadores de tu generación calculas que podrían haber llegado a Grandes Ligas?
—Esta pregunta es muy interesante. En la etapa que yo viví eran innumerables los jugadores que hubieran podido firmar profesional. Ahora bien, firmar profesional es una cosa y después tener éxito en Menores y llegar al máximo nivel es otra. Hacer carrera en Menores es difícil, se transita por una tonga de niveles para poder llegar. ¿Quiénes podían firmar? Todo el mundo sabe los nombres: Antonio Muñoz, Antonio Pacheco, Luis Giraldo Casanova, Omar Linares, Pedro Medina, Juan Castro, Germán Mesa, Lázaro Vargas…, toda esa camada de peloteros que eran las estrellas de Cuba. Pero había una segunda línea de jugadores que por alguna razón no hacían el equipo Cuba (Romelio Martínez, Giraldo González, Evenecer Godínez, Lázaro Madera…) y eran hombres que en Estados Unidos podían haber mejorado muchísimo y a lo mejor esos eran los que llegaban a Grandes Ligas y no los que te dije anteriormente, porque la vida es así. Calidad había demasiada: si sigo recordando te cito el caso de Juan Luis Baró, que tenía las cinco herramientas. Ese jugaba bien la inicial, volaba de home a primera y entre bases, tenía tacto, tenía una fuerza que era un animal y a pesar de eso no se acercaba al equipo Cuba. Pero para llegar a las Mayores, a las virtudes que te dio la vida tenías que agregarle disciplina. Por ejemplo, aquí Casanova a lo mejor se tomaba uno o dos tragos, pero sabiendo que estaba en juego su futuro no se hubiera tomado la botella entera. De eso puedes estar seguro.
—También muchos lanzadores hubieran hecho el grado, ¿verdad?
—Claro. Rogelio García, Lázaro Valle, Omar Carrero, Jorge Luis Valdés, Omar Ajete… había muchos con calidad, y otros tantos que poseían unas condiciones tremendas y no hicieron historia. Digamos, hubo un pitcher en La Habana que dejó de jugar temprano a comienzos de los años ochenta. Se llama Omar Ramos y su brazo era privilegiado. ¡Un brazo mejor que el de Valle! Ese es un problema de la pelota en Cuba, el del talento que no llega al tope de la estelaridad.
— Respóndeme estas preguntas sobre las Series Nacionales
*El bateador que más difícil se te hacía
—Yo no tengo las estadísticas para saber quién fue el bateador que más me produjo. A lo mejor los que menciono no son los que más me batearon. Pero los más difíciles eran los estelares, que son los más difíciles para todo el mundo. Te reitero, es difícil responder con exactitud esa pregunta. Por ejemplo, a lo mejor Pacheco hoy me daba dos hits, pero tal vez mañana yo le sacaba cuatro outs. No recuerdo un bateador que cada vez que me cogiera, me sonara.
*El equipo contra el que te sentías más incómodo
—La respuesta a esta pregunta se parece a la de la anterior. Hoy yo perdía con Pinar y en la próxima subserie le ganaba, o viceversa.
*El estadio donde se sentía mayor presión
—Los estadios más complicados de Cuba eran Santiago, que siempre estaba lleno; Pinar, el Latino… Pero el pelotero que no sepa sobrellevar eso no puede ser pelotero y menos a un nivel de equipo Cuba o Grandes Ligas. José Modesto Darcourt siempre me decía ‘Rene, mira pallá cómo está eso, ahora es que me pongo bueno yo’. Porque cuando el estadio está lleno es cuando más ganas dan de jugar. Y en realidad no hay presión. Tú sales a hacer tu trabajo de todos los días y no sientes ese gentío en las gradas, no escuchas la bulla ni nada. Son tú y tu receptor, y el bateador es él y el pitcher. Así es el béisbol. El que te diga que sintió presión está jodido. Yo no la tenía, ni había estadio que me pareciera terrible. Al contrario, iba para Santiago, las gradas estaban repletas y palante. A la pelea. Es una cosa que te la estoy explicando y me veo ahora mismo en el Guillermón Moncada pitcheando con el estadio lleno. Venga, que suene la fanfarria que lo mío es lo mío.
*El lanzador que intentabas imitar
—Yo nunca traté de imitar a ningún lanzador, aunque sí quise ser como algunos de ellos. Te cuento que desde niño admiré mucho a Braudilio Vinent. Detrás de la puerta de la casa la gente tiene un elegguá, y yo en cambio tenía una foto de Vinent que había tomado de la revista Somos Jóvenes. Y esa foto estuvo ahí hasta que me fui de Cuba. Ese era mi elegguá. Recuerdo que cuando ya yo estaba en la pelota, si él pitcheaba contra mi equipo yo no me movía