La imagen de frustración de los basquetbolistas de Estados Unidos (EE.UU.), y el saludo frío y carente de argumentos de Steve Kerr a su similar alemán Gordie Herbert, tras el partido semifinal del 8 de septiembre pasado en el que los teutones dominaron in extremis 113-111 a los norteños, quedará grabada en mi memoria.
La segunda semifinal del Mundial de baloncesto fue sin dudas otro episodio gris; otro tropiezo mundialista de un elenco de las barras y las estrellas conformado por talentos de la National Basketball Asociation (NBA); otro quiebre en la filosofía de juego colectivo, y una muestra más de que los procesos de transnacionalización en el deporte —especialmente en las disciplinas de equipo— han vuelto cada vez más difusas las líneas de las hegemonías.
El pictograma mundialista entre encestes culminó con la coronación de Alemania en calidad de invicta, luego de ocho actos memorables y con Dennis Schroeder y Franz Wagner en calidad de galones de su armada. Dos jugadores que militan respectivamente en los Toronto Raptors y Orlando Magic de la NBA.
En su listado de inscripción mundialista, la armada teutona contaba con cuatro jugadores que militaban en la NBA y otro en la Liga Endesa de España, considerados los dos escenarios ligueros de mayor prestigio entre encestes. En esa cita del orbe, un total de 56 jugadores de las 32 naciones inscritas integraban las filas de algún elenco de la NBA; en tanto, otros 39 militaban en algún quinteto de la Liga Endesa.
Sin embargo, ni Estados Unidos con sus 12 exponentes, ni Australia con nueve de sus efectivos en la NBA, pudieron alzarse con la corona, lo que indica la disminución de las hegemonías y la heterogeneidad que marca ese proceso de transnacionalización deportiva en la actualidad.
La disminución de las hegemonías y la heterogeneidad que marca ese proceso de transnacionalización deportiva en la actualidad.
Ese suceso en el panorama de los encestes y los torneos clasificatorios de voleibol varonil rumbo a los Juegos Olímpicos de París 2024, emergieron como pie forzado para el desarrollo de estas líneas que se venían gestando desde el protagonismo de Wilfredo León y Melissa Vargas con Polonia y Turquía. En la final ante Serbia, Vargas se erigió con pletóricos 41 puntos; mientras León se adueñó del galardón de Jugador Más Valioso.
De la mano de ambos portentos del voleibol antillano, las dos naciones europeas signaron su clasificación a la cita bajo los cinco aros en la capital francesa.
Salvando las distancias, una situación similar a la de la armada de baloncesto estadounidense vivió recientemente nuestra selección masculina de voleibol. Si bien el plantel de la isla exhibió un performance de calidad en el preolímpico de Río de Janeiro, las derrotas ante los anfitriones brasileños y la revelación de Alemania, nuestra bestia negra desde hace más de un lustro en partidos o lides cruciales, les impidió acceder al ansiado boleto rumbo a París.
Justo ahí aflora uno de los puntos de inflexión de este análisis: la postura de las autoridades deportivas cubanas ante la conformación de selecciones nacionales con atletas que se han desarrollado en clubes de otras latitudes, fundamentalmente desligados del velo del lNDER.
La postura de las autoridades deportivas cubanas ante la conformación de selecciones nacionales
A esto se suma la asimilación y adaptación al creciente fenómeno de transnacionalización y mercantilización que rige la lucrativa industria del deporte en la actualidad.
Varios expertos coinciden en que para adquirir un nivel de élite mundial, una escuadra de una disciplina de conjunto necesita entre 6 y 8 años como promedio.
En el entramado global, la irrupción del Dream Team de baloncesto de EE.UU. en el panorama olímpico en Barcelona 1992 constituyó una excepción de lujo, aunque ya el fútbol había abierto puertas a megaestrellas e