MIAMI, Estados Unidos. – Conocí a Ángel De Fana en uno de los viajes a París que organizó a principios de este siglo MAR por Cuba, organización integrada por exiliadas cubanas y dirigida por Sylvia Iriondo. Viajaban entonces a la capital francesa, acompañadas con exprisioneros políticos cubanos, con el objetivo de alertar a diputados, senadores y ministros de Francia sobre la situación de opositores que cumplían largas condenas en las prisiones de la Isla. Por supuesto, antes de conocer a Ángel De Fana, ya había oído hablar de los “plantados” y “plantadas”, quienes solo tuvieron su propio cuerpo como arma de protesta contra los atropellos. Muchos de ellos permanecieron desnudos durante años, repitiendo huelgas de hambre y recibiendo todo tipo de castigos. Sin embargo, a los “plantados” no se les conoce suficientemente, aun cuando muchos de ellos han sido durante mucho tiempo los prisioneros políticos que más tiempo han vivido detrás de los barrotes.
Las comparaciones son inevitables. Y aunque tampoco se trate de poner a competir a nadie, cabe recordar que, a alguien como Nelson Mandela, cuyo legítimo combate no deja lugar a dudas y quien sufrió bajo el régimen racista sudafricano 27 años de prisión, se le cita a menudo como la persona de más largo presidio político en la historia. En cambio, se olvidan siempre de mencionar que ese triste récord le correspondió durante mucho tiempo a un prisionero político cubano: Mario Chanes de Armas, apenas mencionado, quien vivió 30 años de cautiverio detrás de las rejas del castrismo entre 1960 y 1991. Y que durante su largo y penoso encierro fallecieron sus padres, su único hijo y su hermano sin que le permitieran despedirse de ellos.
Ángel De Fana es un testigo de primer orden de todos esos años de atropellos del régimen castrista contra la población civil. Compañeros de cautiverio tuvo muchos; por eso es una memoria viva de esas dos primeras décadas del castrismo, cuando las mazmorras estaban repletas de hombres y mujeres que el régimen acusaba y condenaba a 20 y 30 años de prisión, que se repartían como si de una rifa se tratase, sin leyes, sin respeto de un código penal legítimo, sin miramientos.
Agradezco a Miguel Sales, escritor, traductor y también preso político cubano, compañero de prisión de Ángel De Fana por más de una década, su insistencia para que no dejara fuera de esta serie de entrevistas a los “plantados”. “Ángel, por modestia, no te lo dirá, pero es también un excelente dibujante, toca la guitarra, canta muy bien y escribe poesía, además de ser un gran conocedor de la poesía hispanoamericana y de haber sido el alma de la comunidad católica en el presidio político”, asegura Sales, a quien le agradezco porque, en efecto, el entrevistado no evocó ninguno de estos temas.
Pensaba que la empresa me superaría porque no es justo reducir a unas pocas cuartillas más de 20 años de oprobio sufridos en carne propia por una sola persona. He tratado de hacerlo a sabiendas de que la vida de hombres como este no se resume en una entrevista. El horror supera el esfuerzo de contarlo. La vivencia, cualquier testimonio.
―¿Dónde naciste y cuáles son tus orígenes familiares?
―Nací en 1939 en la Calzada de Diez de Octubre, exactamente en un solar de la esquina de Toyo, barrio de Jesús del Monte, pero luego la familia se mudó para la calle Mangos, mucho más cerca de la iglesia que daba nombre al barrio.
Era un barrio popular y mi extracción social fue humilde. Mi padre, Manuel De Fana Valdés, era zapatero, nacido en Cuba y de ascendencia cubana también. Tenía la responsabilidad de educar y alimentar a nueve hijos, cuanto más que mi madre, Blanca Serrano Ceballos, natural de Pedro Betancourt, en la provincia de Matanzas. Ella era ama de casa y, ocasionalmente, despalilladora de tabaco en la fábrica La Corona. Las despalilladoras tenían la función de quitarle el nervio a las hojas de tabaco para que luego fuese enrollada durante la fabricación de los puros.
―¿Qué recuerdos tienes de tu primera formación?
―Estudié primero en la Escuela Pública N° 87, República de Guatemala, sita en la misma Calzada de Luyanó. La enseñanza era muy buena y nos llevaban a actividades fuera del centro. Recuerdo perfectamente cuando en 1951 trajeron los restos de José Joaquín Palma, escritor cubano que había sido el autor del Himno Nacional de Guatemala, fallecido décadas atrás, en 1911, en ese país centroamericano, para depositarlos en el Capitolio Nacional. A todos los alumnos de mi escuela nos llevaron para que participáramos en aquel homenaje.
Los estudios secundarios los cursé en la Superior N° 8 Enrique José Varona, que quedaba frente al Instituto de La Víbora, en las calles Carmen y Párraga. No estudié bachillerato, pues tuve que ponerme a trabajar, pero obtuve una beca de la Havana Business Academy que tenía una sucursal en la Calzada de Diez de Octubre para estudiar Inglés, Taquigrafía, Mecanografía y Contabilidad por las noches.
―Me dices que tuviste que ponerte a trabajar muy joven. ¿Cuál fue tu primer trabajo?
―En 1957 yo había postulado para trabajar en el Banco Franco-Cubano. Tenía 18 años y fui aprobado. Pero acababa de ocurrir el ataque al Palacio Presidencial y todo se paralizó. No podía esperar y como mi padre trabajaba en una fábrica de calzado que se llamaba Midnight Shoes, propiedad de German Lamazares, que surtía a grandes almacenes como El Encanto, Flogar, La Moda, La Época, etc., me recomendaron para que trabajara en las oficinas pues estaban buscando a alguien. Así fue como entré en aquella fábrica que se encontraba a unos metros de la Vía Blanca, en lo que se llamaba el Barrio Obrero.
Al principio era el ayudante de José María Sales, un catalán que era el viajante de la empresa. Pero cuando él se fue me quedé como jefe, con secretaria y todo.
―Era una época convulsa en Cuba pues se estaba gestando el movimiento antibatistiano. ¿Tuviste algo que ver con estas luchas?
―En mi familia nadie participó en las gestas revolucionarias, excepto durante el Machadato, en que mi padre estuvo preso seis meses en el Castillo del Príncipe, en La Habana, por haber estado implicado en el movimiento sindicalista. Esto no impidió que se diera cuenta de que castrismo y comunismo eran la misma cosa desde enero de 1959.
―¿Cómo viviste los primeros años posteriores al 1° de enero de 1959?
―En aquel momento Lamazares había comprado un local en la calle Industria y San José, detrás del Capitolio, que funcionaba como peletería, administrado por el catalán que había sido anteriormente mi jefe en la oficina. Aunque hubiera podido quedarme en la fábrica, decidí irme para aquella peletería en la que tenía un sueldo fabuloso: 300 pesos mensuales, que en Cuba representaban entonces una situación holgada. Pero en 1961 la fábrica fue confiscada.
―¿En esa época militabas ya contra el régimen castrista?
―En 1960 integré el Movimiento Demócrata Martiano (MDC) cuyo jefe era Bernardo Corrales, excapitán del Ejército Rebelde durante las luchas clandestinas en la ciudad de La Habana. Me incorporé como miembro de la brigada de acción y sabotajes, pues en cuanto le dieron aquel famoso mitin de repudio a Luis Conte Agüero en el seno mismo de la Universidad, me di cuenta de que había que hacer algo contra el régimen.
En el MDM me introdujo Armando Ardavín, que vivía en mi propio barrio. Mi función era repartir propaganda contra el régimen y poner explosivos en diferentes lugares, evitando herir o matar a las personas que pudieran encontrarse in situ. Así, por ejemplo, puse un petardo en el baño del club San Carlos en una ocasión en que estaba cantando Tito Gómez acompañado por la orquesta Riverside. También puse otra en el hotel Riviera cuando estaban sentados en el lobby del hotel unos cuantos oficiales del Ejército Rebelde.
Ya a fines de 1961 habían caído presos varios miembros del MDM y habían fusilado a Bernardo Corrales a fines de aquel mismo año. Por eso me nombran secretario de Finanzas, de modo que entré en el ejecutivo del movimiento.
―¿Fue entonces que te detuvieron y enjuiciaron?
―En mayo de 1962 el grupo de acción y sabotaje de San Miguel del Padrón tenía por misión desarmar a la mayor cantidad posible de milicianos con el objetivo de requisar las armas para enviárselas a los alzados que operaban en la zona de Güines, y también en las montañas del Escambray. Yo ocupaba ya el puesto de coordinador nacional del movimiento, en el lugar de Manolito Arias que acababa de asilarse en la embajada de Uruguay.
La acción por la que me detienen tuvo lugar en la Quinta La Balear, en donde había que desarmar a dos milicianos que cuidaban el sitio. Sucedió que los milicianos que cuidaban el lugar se resistieron y hubo cruce de disparos. Felipe Hernández, que era de nuestro grupo de acción, recibió un balazo en el cuello y Gustavo Bencomo, otro de los compañeros, en el brazo. También participaron en esa acción Ramón Navas y Roberto Hernández, llamado “El Bolo”. En el bando contrario, Aneiro Subirá, uno de los milicianos revolucionarios, resultó muerto.
Los heridos nuestros se refugiaron en la casa de Miguel Cantón, otro de los integrantes del movimiento, que vivía en La Víbora. En el momento en que sucede todo eso alguien me avisa y me pide que consiga a un médico que pueda curar a los heridos. Esa misma madrugada lo conseguí y lo llevé hasta la casa de Cantón. Recuerdo que cuando regresé a la mía por la mañana ya la noticia de la muerte de Aneiro Subirá circulaba por las ondas de Radio Reloj y había sido publicada en las páginas del periódico Hoy.
―¿Cómo descubren tu participación en las acciones?
―Nuestro movimiento había sido infiltrado por un actor llamado Carlos Moctezuma, conocido más tarde por su personaje de “Ñico Rutina” en la Televisión Cubana. La participación de este individuo como chivato a la paga del G-2, entonces la Seguridad del Estado cubano, quedó manifiesta cuando dos décadas después recibió honores y condecoraciones oficiales por su labor de topo. Resultó que él había visto a los heridos y a todos los que, como yo, habían pasado por la casa de Cantón.
El caso fue que al día siguiente llegaron los del G-2 y capturaron a los heridos y acompañantes que se encontraban en ese momento en la vivienda. A todos les hicieron un juicio expeditivo y el gobierno, para despistar sobre la labor del chivato, hizo creer públicamente que