LA HABANA, Cuba.- A Jorge Morejón lo conocí un día que, recién graduado, choqué con él en el pasillo del periódico Trabajadores. Sabía que había sido compañero de aula de mi padre en un curso de periodismo para trabajadores y cruzamos (como diría Borges) unas cuantas convencionales y cordiales palabras.
Al poco tiempo él emigró hacia donde emigran casi todos. De vez en cuando lo leí en El Nuevo Herald y ESPN, y más tarde las redes sociales nos pusieron en contacto nuevamente. Y así hasta hoy, en que su Facebook da cuenta cotidiana de la devoción que siente por su esposa, los días que restan para el inicio de la temporada de Grandes Ligas o las “hazañas” que rubrica en el softbol miamense.
Nómada del oficio, el ‘Yoyo’ va para cuarenta años dando tecla, con huellas de diverso calado en Tribuna de La Habana, el propio Trabajadores, El Habanero, Prensa Latina y, tras cruzar el charco, en Univisión, Telemundo, Mega TV, América TV, Fox Sports en español y Radio y Televisión Martí, donde actualmente narra para la audiencia cubana los juegos del mejor béisbol del mundo.
Hombre afortunado, llegó a Estados Unidos en junio de 1998 y dos meses más tarde ya estaba sentado en la redacción deportiva del Herald. Lejos, muy lejos, había quedado para entonces el ingenuo que soñó con ejercer la crítica en el autocomplaciente periodismo deportivo de la Isla. Aquel que presagió que Cuba iba a quedar en el quinto lugar de los Juegos Olímpicos de Barcelona, a contrapelo del vaticinio más conservador emitido por el mismísimo Fidel Castro.
“Fidel había dicho que íbamos por el séptimo puesto en el medallero, y cuando publiqué aquello el subdirector de El Habanero me salió al paso con un ‘te tiraste con la guagua andando, el Comandante dijo séptimo, no quinto’. Le respondí que yo creía saber más que Fidel en materia de deportes, y efectivamente, a la postre Cuba acabó quinta. Darle una galleta sin manos al imbécil aquel fue una satisfacción tremenda”.
—¿Por qué escogiste el periodismo deportivo?
—Lo escogí por dos razones, una correcta y otra equivocada. La correcta es que el deporte es mi pasión y yo todos los días hablo de béisbol. Para mí eso es como el aire que respiro. Y la equivocada, que al inicio pensaba que el periodismo deportivo era uno de los campos menos susceptibles de censura y cuando entré a la prensa cubana me di cuenta de que no, que allí se aplicaba muchísima censura porque el deporte siempre ha sido una de las banderas propagandísticas del régimen.
—¿Fuiste muy golpeado por la censura en Cuba?
—Desde el primer artículo que publiqué. Hacía referencia crítica al arbitraje en las Series Nacionales y eso provocó el rechazo del umpire Juan Rodríguez Tabares, quien por cierto ahora vive aquí en Estados Unidos. Él envió una carta de protesta a Tribuna de La Habana y la directora Marta Esplugas le dijo al encargado de la página deportiva que no quería que yo siguiera escribiendo allí porque hacía artículos polémicos. Entonces tuve que empezar a publicar como J. Alberto (yo me llamo Jorge Alberto), así que te podrás imaginar que mi debut ya fue motivo de censura. En esa prensa uno tiene que aprender a evadir la censura con sutilezas.
—¿Fue ese tu choque más duro con la cortina de hierro informativa?
—Qué va. Yo fui víctima de uno de los casos de censura más absurdos que se puedan ver. Te cuento: estaba trabajando en El Habanero y el primer secretario del Partido en San Nicolás de Bari llamó al periódico y pidió que le mandaran al periodista de la pelota para darle cobertura al primer juego de Series Nacionales que acogería ese municipio. El estadio se había remodelado y el encuentro estaba señalado para un miércoles a las dos de la tarde.
Pues bien, cuando llegamos al lugar aquello parecía un pueblo fantasma. No había un alma en las calles porque todo el mundo se había ido al estadio y en la medida que te acercabas el bullicio era ensordecedor. Entonces le dije al fotógrafo que subiera a lo alto de la grada y tirara una foto panorámica para hacer referencia al entusiasmo del público y el trabajo de remodelación que se había hecho.
De vuelta al periódico puse esa foto junto con el texto en manos del subdirector, y el tipo me dijo ‘esta foto no puede ir’. Le pregunté el porqué, puesto que estaba bien encuadrada y enfocada, y me contestó que no era una cuestión de formas sino de contenido. ‘Si ponemos la foto de un miércoles en la tarde con un estadio lleno de público —me dijo—, se podría pensar que la gente no fue a trabajar para ir al juego de pelota. Y Fidel dijo que la jornada laboral es sagrada’.
Luego sacó unas tijeras y me pidió que recortara público. Traté de persuadirlo: ‘No, no, tú estás jodiendo. Está claro que la gente no fue a trabajar, y el primero que no lo hizo fue el primer secretario del Partido, que estaba en las gradas. Eso no era un juego clandestino’. Pero al final la foto no salió.
—¿Qué motiva tu partida rumbo a Estados Unidos?
—El nacimiento de mi hija. Me dije que ella no podía crecer en aquella mierda y que tenía que irme antes de que empezara a ser adoctrinada en la escuela. Afortunadamente lo logré gracias al bombo cuando ella tenía cuatro años.
—¿Qué ajustes puntuales debiste hacer en tu modo de encarar el periodismo para continuar ejerciéndolo en Estados Unidos?
—Varios. Por ejemplo, aquí vas a la cobertura de un juego de pelota y tienes que llegar tres o cuatro horas antes para hacer una serie de notas y entrevistas. En cambio, en Cuba llegas diez minutos antes del p